XXXVII - Álbum de fotos

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Como en todas mis salidas de vela, el día libre tras el turno de noche lo uso para recuperarme y ser un rollito de canela en el sofá, sin hacer nada. Saboreo mi té con scone sin pensar en nada en particular, con Right here waiting de Richard Marx sonando bajito de fondo.

Estoy dormitando en el sofá cuando Jamie llega de su trabajo en la granja. Me saluda con un beso en la frente y yo le pregunto qué tal el día. Él se prepara un rápido tentempié entretanto me contesta.

Masticando el refrigerio, se queda mirando la estantería al lado del televisor, y repasa el lomo del álbum de fotos. A pesar de la vergüenza que me da que me vea en mis años preadolescentes, le pido que lo traiga y que se siente.

Le muestro las fotos antiguas de mis abuelos en su boda, con ese encanto típico de lo vintage, en blanco y negro, rodeada del ribete blanco característico.

También las pocas fotos que poseo de mis padres de niños, y de adultos. Sonrío con nostalgia al ver su foto de boda.

Mi padre, de cabello negro, tez blanca, nariz pecosa y con hoyuelos. Sus ojos eran caramelo –de ahí parte de mi heterocromía-; era alto y de apariencia desgarbada, pero recuerdo que trabajaba en el cottage con fuerza hercúlea. Sonrisa pilla y paletas separadas.

Mi madre, pelirroja y de ojos verdes como mi abuela y yo misma. Tez lechosa, con pecas que salían con el sol. Labios llenos, sonrisa cálida. Más baja que mi padre, delgada aunque de caderas anchas –heredadas por mí-. La recuerdo muy cariñosa, pero con gran temperamento.

Jamie sonríe al verme de bebé: un repollo rechoncho de pelo naranja, acunada por mis felices y orgullosos padres. Los ojos se me humedecen como cada vez que veo estas fotos.

Sonríe cuando aparecen mis fotos de niña: era bastante delgada y de cara más afilada que ahora. Estaba llena de pecas que fueron atenuándose con la adolescencia hasta que, como a mi madre, sólo me aparecen con el sol. Tenía las paletas separadas como mi padre, y los labios aún finos antes de convertirse en una réplica de los de mi madre. Mi cabello, por supuesto, rojo vivaz, recogido en dos largas trenzas que hacían que mis orejas sobresalieran graciosas. Un vestido verde oscuro con pequeñas margaritas. Acariciando a nuestra yegua Buttercup.

-Bueno, ya basta de reírte de mí.- Bromeo cerrando el álbum cuando llegamos a la última foto, la de mi graduación como enfermera.- Ahora te toca a ti, cuéntame sobre tu familia.

Y comienza su relato como sólo los escoceses saben hacerlo: de una forma tan cautivadora, que eras sumergido completamente en la historia. Da igual lo que cuenten o durante el tiempo que lo cuenten, las horas no pasan, sólo eres absorbido.

-Mi madre era única en su tiempo. Tras la muerte de mi abuelo, se celebró la reunión de clanes en el Castillo Leoch para decidir quién sería el nuevo Laird. Su hermano Colum aprovechó para casarla con Malcom Grant, pero ella se negó a ser cortejada. Y durante la mismísima reunión, se fuga con mi padre. Se escondieron durante tres años por Escocia hasta que quedó en cinta y no podían separarlos. Mi abuelo les cedió Lallybroch, y en sus puertas se casaron, por amor. Siempre nos contaban que mi pobre padre casi se quiebra al alzar en brazos a mi madre para pasar el umbral por el avanzado embarazo.- Ríe.- Nos enseñó mucho, era una mujer versada, a la que le encantaba pintar y leer, hablaba varios idiomas. Murió la Navidad de 1729, de viruela tras el parto.

Mi padre era conocido por Brian el Negro. Pero no por el color de su alma, sino por su cabello y barba. Yo soy más parecido a mi madre, pero Jenny es como mi padre. Aunque siempre me han dicho que mis ojos rasgados son como los suyos. Era justo y considerado, y siempre quiso que fuésemos instruidos y también morales. Tenía muy buena mano con los caballos. Nunca se casó tras la muerte de mi madre, el amor que sentía por ella duró hasta su último aliento. Cuando Harvie Rye me sometió a la segunda ronda de latigazos y me desmayé por la pérdida de sangre y el dolor, mi padre, que lo había presenciado sin que yo lo supiera, pues había intentado que me soltaran, pensó que había muerto y sufrió una apoplejía que lo terminó matando al poco tiempo. - Su expresión se vuelve seria y grave.

-Harvie Rye me ha arrebatado demasiadas cosas. No sé si en esta vida o en la próxima, pero las pagará. Si el cielo no le da su merecido, yo mismo haré justicia.- Declara. Y hace que un escalofrío me recorra la espina dorsal.

-Y bien, mo ghaol, ¿qué deseas hacer en tus primeros días libres seguidos en meses?- Me pregunta Jamie mientras me desperezo

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-Y bien, mo ghaol, ¿qué deseas hacer en tus primeros días libres seguidos en meses?- Me pregunta Jamie mientras me desperezo.

Él, por supuesto, lleva despierto desde el amanecer, un par de horas antes que yo, y siempre aprovecha ese tiempo para caminar, haga el tiempo que haga.

-Um... estar contigo.- Sonrío. Él me sonríe de vuelta y me da un ligero beso.- Podríamos hacer algo de turismo por las Highlands.- Aventuro. Él sonríe.- O... podría quedarme tooodo el día en la cama vagueando y que me trajeras el desayuno a la cama.- Sonrío mostrando todos los dientes haciéndome la inocente. Él ríe entre dientes y me palmea el trasero.

-De eso nada, señorita. La cama es para dormir, para los enfermos o para hacer el amor. Acabas de despertarte, te veo sana como una rosa y por el sonido de tu estómago no creo que ahora mismo tengas ganas de tenerme entre tus piernas. Así que arriba.- Protesto mientras aparta las sábanas dejándome a merced del aire fresco de finales de Marzo.

Bajo su mirada atenta a mis piernas desnudas, me pongo la bata y nos dirigimos a la cocina a desayunar. Con un mohín, me tomo mi café.

-No hagas berrinches.- Se burla Jamie.- Tú eliges el sitio y donde comer.

-Es decir, como siempre.- Rezongo. Él ríe. Pero no dejo pasar la oportunidad de vengarme.

-Y sólo para que conste... siempre tengo ganas de tenerte entre mis piernas.- Y la mirada ardiente de Jamie me confirma que no va a oponerse a volver pronto a casa.



-Gira a la derecha.- Ordena de pronto Jamie con premura.

-¿¡Qué pasa!?- Pregunto asustada, parándome en el arcén. Me señala con apremio la señal que dirige al Castillo Leoch, y lo entiendo todo.

-Eh... creí que íbamos al lago Ness...- Intento desviar su atención del objetivo, pues yo misma he visitado el castillo y sé cual es su estado. Y no creo que ayude a Jamie verlo. Él suspira impaciente.

-Dudo que haya cambiado en 200 años. ¿O habéis encontrado al monstruo?- Se mofa.

-Jamie...- Protesto nerviosa. Se vuelve hacia mí ansioso.

-Necesito verlo.- Me suplica vehemente. Y en contra de mi juicio, pongo el intermitente derecho y cedo.

*Mo ghaol: mi amor, gaélico

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*Mo ghaol: mi amor, gaélico.

FOREIGNER. // COMPLETA  (OUTLANDER)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora