Se me ha cerrado definitivamente el estómago, mi cupcake solitario tendrá que esperar. Mi mente da tantas vueltas que casi me siento mareada, así que ahora agradezco que sea una noche tranquila.
No paran de venírseme a la mente recuerdos de conversaciones con mi abuela, una escocesa de pura casta casada con un irlandés, con creencias y costumbres mágicas tan arraigadas que formaba parte de un grupo de druidas.
Cada noche, junto al fuego de chimenea, me contaba leyendas antes de que yo tuviera que irme a dormir. Mi favorita era la de los viajeros del tiempo a través de las rocas, las pertenecientes al círculo de Craigh Na Dun. Hacía ya mucho tiempo que me tomaba las leyendas como eso, leyendas, pues soy científica y agnóstica respecto a todo lo que tenga que ver con magia y religión. Diría de mí incluso que tiro más para atea en ambas. Pero esta noche no paro de recordar esa leyenda, ni el brillo en los ojos de mi abuela, con una sonrisa, como un chiste privado, al contármela. Las palabras de mi abuela, con su voz envolvente y un matiz envejecido, se entremezclan con los recuerdos que tengo la noche que la acompañé a ver el rito druida mensual, coincidiendo con la luna llena.
Las doce mujeres con sus vestidos blancos, vaporosos, con diademas de flores y lámparas de papel, danzando y cantando con voz dulce y mágica en gaélico rozando sus manos y el vuelo de sus faldas unas con otras, bailando alrededor de las piedras iluminadas por las hogueras y las lámparas y al final mi abuela, sonriendo con su lámpara en alto mientras el sol naranja se levantaba entre las montañas. Todavía se me ponen los pelos de punta como aquella vez, una sensación indescriptible me recorrió el cuerpo durante todo el ritual, como si las piedras me llamasen y el fuego fuera mi amigo.
Mi mente salta a otro recuerdo, el de mi abuela leyéndome las hojas de té a los 16. Yo ya no creía en ello ni siquiera en aquella época, pero quería dejar que fuese feliz, y de paso me reía internamente con sus ocurrencias, puesto que externamente a ella le parecía mal, quería que me lo tomase en serio.
-Déjame ver ese té, Enya.- Suspirando, le paso mi taza. Me mira ceñuda.- Tómatelo en serio, soy una gran lectora de hojas de té, como todas las mujeres de mi familia.- Repetí su frase internamente. Le sonrío, porque aún así la quiero muchísimo, es lo único que tengo. Ella me devuelve la sonrisa, sabiendo que no consigue "hacer nada bueno de mí" refiriéndose con bueno a druida, claro. Remueve con la cucharilla tres veces el poso, le da la vuelta a la taza de porcelana sobre el platito, le das tres golpes y empieza ver las formas.
-Seanmhair- La interrumpí- ¿Por qué quieres volver a leérmela?
-Para que no te olvides de mis predicciones, ya que estoy segura de que como no me crees, no prestas atención y te olvidarás. A ver si por lo menos repitiéndotelo una y otra vez se te queda en esa cabeza dura.- Pongo los ojos en blanco, pero la dejo hacer.- Ah...-Suspira- tus hojas de té son tan especiales como tus ojos, Enya. Vamos a ver tu futuro próximo, es decir, los bordes.- La verdad es que solía acertar, pero yo siempre lo achacaba a simples coincidencias.- Buena salud, prosperidad, dificultad para relacionarse- Hago una mueca ante esta última. No hace falta la adivinación para eso.- Bueno, mil , parece que todo seguirá bien en el instituto y no tendremos que visitar mucho al doctor.- Sonríe cálida- Ahora veamos ese futuro tan especial, miremos el fondo... Un visitante inesperado, amor, felicidad...-Ojalá sea cierto. Mi abuela frunce el ceño por vez primera. Me tenso sin quererlo.- Un enemigo desconocido.- Da unas vueltas al plato y vuelve a sonreír.- Y por último, triunfo sobre la adversidad. Tienes unas formas muy especiales, querida, sobre todo la del visitante inesperado... No creo que sea alguien de paso ni común.- Sonríe deslumbrante. Yo sólo intento no hacerme ilusiones, ya soy mayor para creer en cuentos viejos.
Voy a la habitación del hombre misterioso a ver cómo se encuentra, no consigo aguantar más a mi yo interior no racional preguntándose si será posible. Su silueta solo está iluminada por la luz del pasillo y los pequeños pilotos de las máquinas, su nana, el ruido sordo del oxígeno administrado a través del Guedell. Me permito observarlo durante unos segundos, ya me sentiré culpable después: es fuerte, ancho de espalda, su cabello es rojo, rizado y rebelde. Tiene unas largas pestañas de color claro y unas manos largas, fuertes y varoniles. No puedo ver mucho más. Suspiro y vigilo las otras habitaciones a mi cargo. Todos duermen como troncos, ninguna incidencia. Supongo que este es mi regalo de cumpleaños.
Llegan las ocho y con ello el fin de mi turno. Me siento estúpida y muy cabreada conmigo misma porque no me gusta irme a casa sabiendo que el hombre misterioso se queda aquí y no puedo verlo recobrar la consciencia. Tengo ganas de abofetearme. ¿No te has tenido suficiente con tus otros amores? ¿Ahora un loco inconsciente, en serio? Bufo muy cabreada. La compañera que viene a cogerme el turno se asusta pensando que es por ella. Avergonzada, tartamudeo una disculpa diciéndole que estaba recordando la noche tan larga que tuve. Me mira extrañada, pero lo deja pasar. Supongo que todos se esperan que algo no ande bien en mi azotea. Yo misma me lo pregunto un par de veces al día.
Me quito el pijama con rapidez y me voy arrastrando los pies hasta el aparcamiento sin dejar de pensar en el hombre misterioso. Casi tengo ganas de llorar por ello y no encontrar un nombre normal que tener en mi pensamiento cada hora y encontrármelo al llegar a casa. O simplemente quedarme con mis fantasías de Peeta Mellark lanzándome un pan quemado o lo bien que hubiera aprovechado yo tenerlo en aquella cueva (además de que seguro le habría hecho unas curas mejores).
Me monto en mi Golf con cara de Haymitch tras una borrachera cagándome en los alemanes porque ahora resulta que tengo un coche flatulento que provoca tanto efecto invernadero como los pedos de las vacas de mi querido país. Me pongo el cinturón porque no quiero hacer la mujer torpedo atravesando el parabrisas y le envío un mensaje a Ebony, mi mejor amiga y casi la única, para asegurarme de que tiene turno hoy y pedirle que vigile al hombre kilt espadachín. No sé cómo pero he conseguido traer su espada hasta el coche, aún envuelta cual sándwich en la manta isotérmica (¿Cómo es posible que no llame la atención un plástico amarillo brillante cegador?). Mientras conduzco voy pidiendo al universo que no me pare la policía y descubra el pastel del maletero.
20 minutos después llego a mi pequeño apartamento. Dejo la espada aún envuelta bajo el sofá, me bebo medio litro de agua de un trago y me lanzo a la cama sólo habiéndome quitado los zapatos. Qué alegría, pasaré mi cumpleaños durmiendo y me despertaré con la cara babada y un año más vieja. Si no fuera porque me encanta mi trabajo y tengo una enorme lista de libros y series pendientes... Suspiro, me desnudo, me pongo mi camiseta vieja y enorme que uso de pijama y me cobijo bajo las mantas.
Me duermo rápido por el cansancio, pero no dejo de soñar con un escocés pelirrojo del siglo XVIII...
*Seanmhair: Abuela en gaélico.
*Mil: "Honey", una expresión de "cariño" en inglés.
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FOREIGNER. // COMPLETA (OUTLANDER)
FantasyEnya Everdeen trabaja como enfermera en el Raigmore Hospital en Inverness (Escocia) cuando una noche llega a urgencias un hombre inconsciente y malherido, con ropas del siglo XVIII y, según los técnicos de ambulancia, hablando en un lenguaje extraño...