LXXVII- Dance of the druids.

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El amanecer vino a mi encuentro con los ojos todavía abiertos. A pesar de que nos habíamos obligado a dormitar para conseguir energías, ya que esta noche sería en vela, yo no había sido capaz de echar más que algunas siestas cortas sin llegar a caer en un sueño profundo. Lo que por otra parte, me había librado de las pesadillas.

Seguimos intentándolo hasta el mediodía, aunque nuestros cuerpos parecían más por la labor de sentirnos y olvidar que por descansar.


Me obligué a comer y sin escatimar en cantidades, puesto que no sabríamos cuándo volveríamos a poder volver a llevarnos algo a la boca. Aunque mi estómago se había cerrado, Jamie parecía tener un gran apetito, como si la adrenalina prebatalla aumentara su hambre y su organismo quisiera despedirse por todo lo alto, como semejaba hacer en su tiempo.


No hablamos mientras estuvimos en casa, ya lo habíamos dicho todo durante la noche y parte del día, con palabras y con nuestros cuerpos. Pero nos manteníamos en un silencio cómodo, casi ceremonioso, pegados el uno al otro, como un planeta y su satélite.


Por una vez, ambos rezamos. Mientras escuchaba los bisbiseos en latín de Jamie, yo rogué por nosotros a mis seres queridos: mis abuelos y mis padres. Hablé con ellos desde el fondo de mi alma, deseando fervientemente que pudieran escucharme, que pudieran interceder, que pudieran protegernos.

Pedí perdón por lo que estábamos a punto de hacer, porque sabía que fuera cual fuera la religión que profesase uno, en ninguna estaba aceptado el matar. Confié en que si había una fuerza superior, supiera que lo hacíamos porque no quedaba otro remedio, por un bien mayor, si podía decirse.


Cuando la medianoche llegó, ya no había vuelta atrás. Comencé a empaquetar todos los elementos tras dar un repaso por última vez a los cánticos y a los pasos del ritual, a pesar de que ya los sabía más que de memoria.

Empaqueté una mochila para la batalla al amanecer y un botiquín para emergencias, que, siendo sinceros, no serviría para mucho, pero me tranquilizaba un poco llevarlo.

Envolví con suma ceremonia y reverencia el traje de druida, que ahora sería mío. Acariciar la tela del velo y el olor de la corona me dio una curiosa tranquilidad, que quise creer que era un mensaje de mi seanmhair. El olor de las hierbas del ritual fue mi aromaterapia contra el miedo.

El peso de la pistola pegada a mi espalda baja produjo sentimientos encontrados: el miedo por tener que llevar un arma estaba ahí, al igual que la preocupación porque se me disparase sola (si no revisé el seguro 10 veces no lo revisé ninguna). Pero el saber que tenía un as bajo la manga me ofrecía un pequeño consuelo, el saber que no lucharía a manos desnudas si no podía usar el arco.


Salí de la habitación cargada como si fuera a una mórbida acampada. Jamie me miró con ansiedad desde el salón, ya armado hasta los dientes y con su traje de batalla: el atuendo del siglo XVIII al completo, kilt incluido por supuesto.

Me robó la respiración, ver al General Fraser preparado para la batalla, un Ares escocés, un Braveheart preparado para la lucha contra la opresión inglesa. Sin miedo, o por lo menos, sólo miedo por mí.



-Enya, por favor, aún estamos a tiempo. Quédate aquí, a salvo.- Me rogó caminando apresurado hacia mí. Agarró mis manos, o lo que a duras penas quedaba libre de ellas. Suspiré.

FOREIGNER. // COMPLETA  (OUTLANDER)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora