Llevo un par de días rara. No es solo falta de descanso por una barriga que pesa demasiado ya y no me deja margen de maniobra. Tampoco por las contracciones de Braxton-Hicks que cada vez son más seguidas y menos tenues. Ni siquiera sentir los pieciecitos del bebé contra mi diafragma y su culete que sube quitándole el poco sitio que tiene a mi estómago. No.
Es una sensación desconocida, el sentir que en tu cuerpo algo se está cociendo, pero no sabes bien qué es.
Ayer tuve un deseo irrefrenable de limpiar y recoger la casa, que no me dejó parar hasta sentirla acogedora. Esta noche, en uno de mis múltiples despertares nocturnos, cuando miré por la ventana, la luna llena, tan redonda como yo, parecía sonreírme.
El sol comienza a despedirse con las luces rojizas del atardecer. Los grillos empiezan su concierto en el prado. Y, entonces, ocurre: un dolor punzante que recorre mis lumbares y pelvis me deja sin aliento mientras la barriga se vuelve dura. Es aislada, por lo que intento convencerme de que debo esperar aún mucho más.
Un rato después, otra me pilla por sorpresa y con un gemido ahogado me agarro al marco de la puerta de la cocina. Esta vez Jamie me ha visto y acude preocupado de forma rauda a mí.
Lo tranquilizo, o al menos eso intento, mientras le pido que se fije en el tiempo entre contracciones a la par que intento enfocarme y conectar con mi cuerpo y, sobre todo, con mi bebé.
Aunque son espaciadas, no han parado y me parece que están yendo a más.
Algunas son más dolorosas que otras. Me dejan sin aliento, pero pasan. Intento concentrarme en su recorrido: una ola que empieza a subir, llega al pico más alto pero luego baja. Y mi cuerpo me da descanso, respiro para relajarme y oxigenarnos a ambas. Visualizo el dolor como olas del mar que traen a mi bebé al mundo.
Todavía son bastante irregulares, así que aprovecho ahora que los descansos son más largos para acostarme mientras huelo la lavanda recogida esta mañana de mi huerto.
Jamie se acuesta a mi lado. Su calor y contacto me reconforta. Sus manos sobre mi vientre, notando los movimientos de nuestra niña, me acompañan y me dan fuerza.
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FOREIGNER. // COMPLETA (OUTLANDER)
FantasiaEnya Everdeen trabaja como enfermera en el Raigmore Hospital en Inverness (Escocia) cuando una noche llega a urgencias un hombre inconsciente y malherido, con ropas del siglo XVIII y, según los técnicos de ambulancia, hablando en un lenguaje extraño...