-¿Ya estás lista linda?-Peinan su cabello largo a los lados y retocan su maquillaje leve, admirando de las ropas hermosas que le han puesto, sin ánimo, ni alegría, sino con suma tristeza en su interior, admirando que le quedan horas para que llegue el concejal y abandonar su pueblo.
Para siempre.
Su decisión fue ir, jamás les daría razones a esos guardias crueles para tomar de las vidas de su familia, si ese es el caso, prefiere ser ella la castigada.
-Se ve preciosa Ginger, se ve que le has puesto mucho esfuerzo.-Comenta una de las vecinas, con suma felicidad en su rostro, la mayor parte del pueblo desconoce de las consecuencias, muchas deseaban el puesto imaginando que ganarían, pero gracias a Cedric, es que se han informado aunque sea un poco.
La ignorancia de todo un pueblo, de generación tras generación sabiendo muy poco de la guerra, de la inmigración y lo cruel que es la emperatriz.
-Será la concubina más hermosa, de seguro.-Comenta otro pueblerino, con la madera en sus manos, de edad avanzada.
¿Cómo la emperatriz podría odiar a estas personas libres de pecado, de maldad en sus corazones?
De pronto entra corriendo una hermana de Hazel y se inclina a su oído para que nadie escuche, abriendo Hazel sus parpados ante la sorpresa.
-Hay una persona que vino en un carruaje, antes que el concejal venga y dice que es primordial que hable con esa persona, antes que cualquier otro.-Hazel asiente no tan convencida, pero nunca a visto un carruaje y menos a un persona externa de su pueblo adentrarse a estos lugares, ha de ser importante. Así que decide salir por un momento, con la excusa de tomar un poco de aire.
Camina a la dirección lejana que la indica su hermana, pasando a lo largo de las casas hasta perder de vista a los pueblerinos, a las casas y cualquier cercanía al pueblo, casi a la salida, parando en seco tras los largos minutos de solo caminata, jadeando en sus pulmones cansados y sus piernas chispeando punzante dolores en sus rodillas.
Admirando en frente suyo un inmenso carruaje, decorado hasta del tamaño de un dedo detalles de arte, repleto de adornos de un brillo, un color tan parecido al oro, flores, nubes y personas impregnadas en el metal, con vestidos lujosos y abren las grandes puertas en sus ojos, que traían consigo unas cortinas rojas, poniendo unas gradas los ayudantes ante los pies con unos zapatos tan finos, tan hermosos que jamás alcanzaría toda una vida para comprarlos.
El vestido que desciende de ella es tan amplio, cómo precioso, tan rojo vivo que pareciera sangre, tiñendo su piel pálida, sus caderas prominentes y su pequeña cintura, sin embargo algo no parece encajar en su estilo, su cabellera rubia larga, tan preciosa como única y su piel, tan blanca como la leche, al igual que sus iris azules.
Un ángel es lo primero que vino a su mente.
La mitad de ella parece ser angelical, en cambio la otra parte, temible.
-Privacidad.-Su voz, tan fina como armoniosa, demanda y al instante acata el sujeto.
-Has de ser la concubina que escogí.-Eleva su mirada con cautela y la admira con soberbia, un brillo sin igual resplandece en sus iris con malicia, abriendo Hazel los parpados tan grande que le parece imposible que ella sea la emperatriz, se ve tan joven, que le resulta imposible creerlo, bajando casi todo su cuerpo en respeto.
-¡Su majestad!-Posa sus manos en el suelo sucio y casi pega su cabeza en el suelo, mientras la señora Lucrecia ni siquiera se inmuta, mirando con repulsión todo lo que el pueblo intruso pudo llegar a hacer, casas, robar su agua, su alimento, pero eso no será por mucho tiempo.
-Vine en secreto y ya has reventado a grito mi ubicación.-Todo el cuerpo de Hazel tiembla ante sus palabras, palideciendo ante la mención, esta más que muerta, ¿cómo, por que su majestad desea verla? Venir hasta el pueblo que tanto odia, es una idea imposible de creer.
-Merezco morir su majestad, lo lamento tanto.
-Tú vida no me vale nada, si vives o mueres, no hará ningún cambio.-De pronto le surge una idea que satisface su mal humor, tampoco a ella le agrada pisar esas tierras sucias.-Levanta la mirada,-Hazel desde el suelo levanta sus iris hacia ella, quien a su lado parece una verdadera reina por su hermoso aspecto prominente.-quizás no valgas nada para mí, pero has de valer mucho para tu familia.
Hazel abre sus parpados tan grande y su respiración casi se desvanece.
-¿Cuál es su deseo su majestad?
La seriedad en el rostro de Lucrecia la alerta más, su falta de expresión la pone al tanto cada segundo.
-Detesto más que nada la traición y necesito que se contemple la consecuencia.
-¿La consecuencia...?-Murmura.
-De haber vendido sin mi consentimiento propiedad mía.-Se saca los guantes blancos de sus manos y admira sus afiladas uñas largas carmesí, que extiende una y sujeta de la ropa de Hazel, abriendo esta los parpados tan grandes ante su mirada sedienta de sangre.
De pronto unos pasos se adentra en su pequeño círculo, alertando a Hazel, asustada, sin tener idea qué hacer o cómo responder a ello, ¿Traición, vender propiedad ajena, de qué esta hablando?
Sin embargo la emperatriz tampoco quería llamar la atención con su presencia, sino dejar un mensaje anónimo.
-¿Su majestad?-Pregunta uno de los tantos hombres trabajadores que corrieron a esa dirección al identificar a lo lejos a Hazel, siendo sostenido con fuerza del cuello a su parecer, Hazel conocida por todo el pueblo, es muy querida, que jamás hizo nada para ser vista para los hombres blancos.
La emperatriz resopla en arrogancia y suelta con brutalidad a Hazel justo al lado del lodo, manchando todo su vestido blanco, mientras saca una daga escondida en su vestido, tomando de la espalda de Hazel sin esperar su movimiento e impregnar su afilada arma contra su garganta.
-¡Agh!-Jadea Hazel completamente pálida.
-Vender armas a mis enemigos, cómo dar información confidencial es traición.-Por alguna razón se molesto a llegar por ella misma al pueblo y no mandar a asesinarlos en un instante, sino alargar aún más su fin.-Deberían ser agradecidos que aun dudo de mis acciones, pero mi paciencia tiene un límite.
Uno de ellos que es conocedor de esa información que solo pocos sabe, cae sobre sus rodillas pálido y bota toda su madera cortada, mientras los pocos no conocedores no comprenden en lo absoluto, son contados quiénes si saben, la visita de la emperatriz no es para matar a la concubina.
Ellos lo saben.
-Si asesino a esta joven dama, lo tomaré como suicidio voluntario en contra de mis órdenes, acatando su traición parte de ella.-La felicidad que transcurre por su rostro hace que sus palmas tiemblen de la emoción, para cortar su garganta de una vez, pero la espera, la espera es más importante.
-¿Qué desea su majestad?-Se apresura a decir uno, mientras todos tiemblan del terror.
Muerde su labio inferior, sintiendo el sabor metálico pasar por su paladar de la éxtasis que la da la emoción de todo eso.
-A su líder.