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-Buenas noches señorita, me gustaría cambiar mi falda por una de tamaño normal.-Extiende Hazel la falda corta y la deja sobre la mesa, justo cerca de su recamara tras terminar su turno, luego de ese suceso, no vio más al príncipe, a ninguno, pero seguramente a partir de mañana se vuelva una costumbre aquello.

Ya que mañana empezará sus otros deberes como sirvienta.

-¿Esta segura señorita Foster? El príncipe mando a que de esta talla fuera.

Maldito pervertido.

-Toda responsabilidad la conllevaré yo.-Aclara forzando una sonrisa, mientras la otra mujer de edad avanzada asiente no tan convencida y le extiende la falda nueva, tomando Carter de esta.-Gracias.-Girando su cuerpo para por fin, ir a descansar.-Debería ser una ley también el acoso sexual...-Murmura Carter para sí misma, de mal humor.

Aunque claro, en su posición decir aquellas palabras es un insulto, ni siquiera su vida se vela, menos su intimidad. 

Llegando a los pocos minutos a su recamara, doblando la ropa de sirvienta en su mueble y escuchar unos golpes leves en la puerta, cerrando del mueble al dejarla ahí y acomodar la ropa sucia en su sitio, siempre le gusto ser ordenada, jamás le gusto el desorden, lo detesta, pero en su otra vida se veía obligada a vivir de aquella manera.

Por más que ordenaba, su padre le destrozaba todo, después de escapar, apenas tiene tiempo para asearse...

Definitivamente no quiere dormir para regresar a aquel mundo cruel.

Vuelven a tocar la puerta y Carter extienden sus hombros cansada, suspirando relajada, caminando a los pocos metros de esta.

-Ya, por favor espera Natalia.-Gira la perilla sonriendo feliz, seguramente tendrá un nuevo vestido para ella, sin embargo, su sonrisa se borra a lo largo de su cara y retrocede abruptamente, enredando sus pasos en sí mismo y sus glúteos impactar sin reparo en el suelo, jadeando con dolor y temor alrededor de todo su cuerpo.

Una figura alta cómo preciosa, haciendo lucir sus anchas caderas y su pequeña cintura, así como el vestido repleto de adornos preciosos azules hasta sus finas muñecas, destaca su cabellera dorada y su piel lechosa, pero sus iris cómo el cielo mismo se oscurecen tras la sombría expresión que carga encima de ella, su verdadero rostro.

Su mirada aburrida, sus labios tan finos cómo venenosos y ladea su rostro, observando alrededor del pequeño cuarto de Hazel, dando varios pasos hasta adentrarse y cerrar la puerta detrás suyo.

Tantas preguntas que flotan en la mente de la emperatriz, tantas dudas que surgieron al mismo momento de verla de pies en frente suya, cuando había asumido su muerte, dejando pasear de aquellas piernas color tierra alrededor de su precioso castillo, a una maldita inmigrante asiática a lo largo de sus prestigiosas paredes, suficiente tiene con que respiren el mismo aire.

No obstante, al aspirar aquel aroma dentro de estas paredes, le surge un asco en su garganta de sólo definir a toda su tribu con la misma esencia putrefacta.

 ¿Cómo, cómo Jaden pudo llamarle la atención tal dama? Ha visto ella misma que a adentrado a su recamara mujeres de todos colores, tamaños y por poco, también hombres, se le conoce por gustos excéntricos y es criticado duramente por el país tras sus escándalos, sin embargo sus estudios como manejo de la espada, siempre ha destacado en esa área, más que su mismo hijo, Jordan. Pero todas pasaron a lo más una noche, echando de ellas a la calle, rechazando de la manera más cruel a todas, llamándolas por todos los sinónimos posibles de putas.

No existe quién no caiga de rodillas ante los encantos del príncipe, con su simple mirada y cuerpo hacer temblar a toda mujer, pero le conoce tan bien, que ese hombre es imposible de conquistar y menos aún, de enamorar, menos proviniendo aquel amor hacia Lucrecia, quién le arrebato a lo que más quiso en su vida.  

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