La maldición del cisne

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—¿Crees que fue prudente venir hasta aquí y sin avisar?

El moreno miraba a su amigo con cierta preocupación.

—Es lo menos que podemos hacer luego de lo que ocurrió, además solo de esta manera podemos averiguar como se encuentra.

No muy convencido y luego de respirar profundamente Seiya tocó con fuerza la puerta de madera frente a él.

Tras algunos minutos la puerta por fin se abrió y tras ella, con el rostro visiblemente demacrado, se encontraba el ruso.

—¿Seiya, Shiryu?

—Así es, tiene mucho que no sabíamos de ti y... pues aquí estamos – dijo Seiya con una fingida sonrisa al tiempo que entraban dentro de la cabaña del rubio.

Lentamente avanzaron hasta la pequeña sala y se sentaron, tan pronto lo hicieron los ojos de ambos fueron de manera automatica hasta el retrato en la mesa de centro, ahí estaba la más noble persona que habían conocido en sus vidas.

A Shiryu se le oprimió el pecho, no quería mencionar nada sobre ese asunto y sin embargo ahora parecía no existir modo de evadirlo.

—¿Como has estado?

Hyoga al instante tomó aquel retrato y lo llevo a un cajón de un mueble cercano.

Sin siquiera mirarlos respondió.

—Estoy bien..... todos sabíamos los riesgos al dedicar nuestra vida al proteger a Athena, lo que sucedió era cuestión de tiempo, eso es todo.

Ambos miraban al rubio aún de espaldas y aunque su voz era tranquila, ellos sabían que Hyoga acostumbraba a esconder sus sentimientos.

—¿Estas seguro? – Seiya pregunto haciendo evidente su incredulidad.

—Desde luego –Hyoga de pronto volteo sonriendo y se sentó junto a ellos – de hecho no era necesario que vinieran hasta aquí, pudieron haber llamado y se habrían ahorrado tan largo viaje.

Tanto Shiryu como Seiya lo miraron confundidos, desde las últimas semanas no habían hecho otra cosa que llamarle y el rubio no había dado señales de vida.

—Tienes razón Hyoga y ya que todo esta bien, creo que no debemos importunarte más.

El chino se puso de pie y el moreno aunque sorprendido lo imitó.

—Seiya debemos volver a Grecia, solo dejale las cosas que Ikki envió.

De inmediato el moreno se quito la mochila a sus espaldas y la dejo sobre la mesa de centro, tan pronto hizo esto, ambos fueron directo a la puerta dejando al rubio solo de nuevo.

Hyoga miró aquella mochila por un momento decidiendo si quería echarle un vistazo, luego de un rato solo suspiró antes de seguir de largo hasta su habitación dejándose caer sobre su cama.

Tan pronto como su rostro entró en contacto con sus sabanas, las lágrimas comenzaron a salir sin parar como había estado haciendo desde aquel día.

.......

A pesar de que el frío era insoportable las mentes de los dos amigos seguía enfocada en el rubio que habían dejado atrás, ya se vislumbraba la posada donde pasarían la noche, pero Seiya detuvo de pronto sus pasos.

—Shiryu, deberiamos volver con Hyoga, sé que esta muy mal y me preocupa.

—Lo sé, pero nada podemos hacer si Hyoga no quiere nuestra ayuda, esas profundas ojeras y lo delgado que lucía – El mayor nego con la cabeza y con pesar prosiguió– no quiero ni imaginar como debe sentirse sin él.

Un domingo cualquieraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora