Capítulo catorce.

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—¿Cuánto tiempo estuviste en Boston?

Hace ya una hora que vinimos a cenar. La verdad es que en el coche tenía un manojo de nervios ya casi doloroso, pero poco a poco, me fui sintiendo más cómoda. Ahora mismo estamos en un restaurante un poco alejado del Times Square. Está escondido dentro de unas calles rocosas y pintorescas, un estilo muy romántico... Solo que nosotros no venimos en ese modo.

Pero aún así es cómodo, agradable. Me gustó apenas entramos.

No es muy grande pero acogedor junto con sus luces tenues parecidas a las llamas de las velas. Hay pequeñas mesas rodeándonos y unas pocas personas ubicadas en ellas, así que eso le da mucha más intimidad a nuestra cena, de alguna forma. En un costado se encuentra una pequeña barra de madera y troncos, mientras que más al fondo hay mesas pero para más gente. Nosotros fuimos situados a un lugar un poco apartado. Uno de los dueños, creo, lo reconoció a Max enseguida entramos ,así que sin que podamos protestar el tipo nos estaba preparando algo mejor que a los demás. Fue algo gentil de su parte. Y ahora, mientras cenamos, se escucha una dulce y suave melodía por los altavoces. No imaginé que él eligiera algo así para ser sincera. Lo tenía como alguien mucho más, no lo sé, ¿elegante?

Al parecer volví a equivocarme. Lo admito. Tiene buenos gustos.

Los mismos que tú.

Cierra la boca, consciencia. Hoy no molestes.

Tomo un trago de mi copa de vino antes de responderle la pregunta.

—Mi padre era doctor militar. Así que muchas veces tuvimos que mudarnos a los estados donde lo precisaban. No fueron muchas, y todas sucedieron cuando era muy pequeña, no recuerdo mucho de esa época. Solo estar subida a un camión junto a mi madre—explico. Me sorprendo a mi misma contándole estás cosas a él, tan intimas y privadas para mi, pero algo me incita a hacerlo—A partir de los diez mi madre decidió quedarse en nuestra casa porque decía que yo necesitaba estabilizarme, ¿sabes? Así que el que viajaba todo el tiempo terminó siendo él. Solo nos volvimos a mudar cuando terminé el instituto.

—¿Qué edad tenías?

—Dieciocho. Me quedé hasta los veintiuno.

Asiente y toma de su copa.

—Imagino que no debió ser algo muy fácil.

—No, no lo fue—admito—Estaba acostumbrada a un lugar, unas costumbres, a mis amigos y a mi familia. Y venir aquí fue como sentirme sola. Perdida en otra realidad.

Trago saliva. Siento una pequeña presión en el pecho pero no la dejo salir, porque sé que significa. Sé que hablar de esa ciudad en concreto desencadena en algo peor. Y no quiero acordarme de eso ahora. Hablar de Boston se siente como hablar del fuego quemándome viva. A algo que me asfixia y que maldigo el día que pise esa ciudad. Mucho menos recordar esa época donde todo se fue al demonio.

No, no es algo lindo para una cena como esta.

—¿Y aquí no te sientes sola?—pregunta más suave. Apenas me doy cuenta de que se ha inclinado un poco hacía mi.

DESTINOS ENCONTRADOS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora