Capítulo treinta y ocho.

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Los rayos del sol son los que me obligan a abrir los ojos la mañana siguiente.

Mi ceño se frunce al primer contacto de la luz con mis ojos y tengo que parpadear unas cuantas veces para acostumbrarme mejor. El cuerpo se siente pesado, sobre todo las piernas, y en cuanto imágenes de la noche anterior aparecen en mi cabeza, un leve estremecimiento recorre mi piel.

Escondo una sonrisa tonta contra la almohada.

El colchón del otro lado se siente vacío y lo compruebo cuando me doy la vuelta. Así que tomo el móvil que dejé en la mesita de noche para mirar la hora; las nueve de la mañana. Lo primero que hago es estirar el cuerpo sobre la cama, removiendo las sábanas un poco más y después de bostezar, consigo sentarme.

El clima afuera está estupendo teniendo en cuenta que ayer afuera era un barrial por donde quisieras pasar, el sol está fuerte e ilumina los demás edificios de una manera cálida. Me entretengo unos minutos con esos pequeños rayitos dándome en el rostro y sintiendo como cada uno de ellos me propicia calor.

Increíblemente, así es como me siento hoy; serena y tranquila. Cálida. Y quisiera que este momento no terminara en absoluto. O ninguno de los que últimamente me estuvieron sucediendo.

—Bien, a levantar este trasero—me digo a mi misma.

Envuelvo mi cuerpo con la sabana porque desde donde estoy, no soy capaz de ver donde ha quedado mi ropa y una vez tapada, dirijo los pies hacía el baño para darme una ducha.
Se siente extraño estar aquí ahora, de esta manera tan... No lo sé, distinta. Se siente como si una barra invisible se hubiera roto y me hubiera hecho pasar al siguiente nivel. Lo noto mientras abro el grifo y huelo esa colonia tan característica de Max.

Siento mis mejillas arder nuevamente mientras me meto en el agua caliente.

Loan tiene razón. No sé que rayos está pasando conmigo, pero sé que quién es el culpable.

Veinte minutos más tarde ya estoy duchada y con mi ropa de ayer puesta otra vez. Peino mi cabello húmedo y antes de terminar por bajar las escaleras, el móvil vibra contra mi trasero. Así que mientras voy bajando los primeros escalones, leo el mensaje que aparece en la pantalla.

Chiara: ¿Has pasado la noche con él?¿Le has dicho ya?

Un pinchazo culposo se incrusta en mi pecho, pero no respondo. Sino que me quedo parada ahí, mordiéndome el labio indecisa y entre la indecisión de no querer arruinar el momento todavía, elimino el mensaje y vuelvo a guardarlo en el bolsillo.

No. Hoy no. No he tomado una decisión y no diré algo que puede terminar siendo al revés.

Vuelvo a retomar mi camino y cuando llego a la sala principal, el olor a café y algo más que hay en el ambiente provoca que mi estomagó se contraiga del hambre. No me resulta difícil divisar el cabello dorado de Max en la cocina. No me ha visto entrar, está concentrado con algo en el fuego. Sonrío y sacudo la cabeza, para acercarme.

—No sabía que se te daba bien la cocina—hablo, haciendo que sus ojos azules me miren con un brillo distinto.

—¿Y quién te ha dicho lo contrario?

—Eso es confidencial.

Me siento en uno de los taburetes de la barra de desayuno y apoyo el mentón sobre mi puño mientras lo miro hacer algo en la plancha. Creo que es jamón.

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