Capítulo treinta y cinco.

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—Vaya, pensé que me recibirías de una mejor manera. Ya sabes, un café, un trago, ¿un "¿como estás, cuñadito?" "que bonito volver a verte"? —sacude la cabeza en negativa y estira su cuerpo con flojera.

Le doy una mirada incrédula.

—Te metiste en mi apartamento a la fuerza.

—Si lo dices de esa manera, haces que parezca que soy un ladrón.

—Ladrón, matón, mafioso. No hay mucha diferencia.

Él sonríe para luego acercarse hasta la cocina como si se tratara de su propia casa y abre la nevera, sacando una botella de cerveza. Me echa una breve mirada antes de abrirla y darle un trago.

—Tantos años han pasado, Samita y no has cambiado—señala. Se apoya contra la barra de desayuno—Me temes pero antes muerta que decirlo, ¿cierto? Me agrada.

—Lo único que me apetece ahora es lanzarte la botella por la cabeza—gruño rodando los ojos. Me cruzo de brazos, estos mismos se encuentran con la piel de gallina—¿Me vas a decir que haces aquí?¿Donde está mi prima?

Lo escucho bufar, tira la cabeza hacía atrás y suelta una maldición que no llego a entender.

—Muchas preguntas. Si que se te ha pegado el estar con la policía, eh...

—Sabes que están detrás de ti, ¿cierto?—pregunto, aunque me arrepiento al instante cuando su sonrisa se ensancha. Niego con la cabeza—Claro que lo sabes. Por eso apareciste, ¿verdad? Me encontraste con la guardia baja.

—Me sorprende que el idiota de mi hermano haya estado con una mujer tan inteligente como tú—dice. Rodea la barra y se acerca a mi. Por inercia doy uno hacía atrás. Vuelve a sonreír disfrutando de lo que me provoca su presencia—Tranquila, no quiero hacerte daño.

Una pequeña carcajada carente de humor sale de mi.

—¿Y debería creerte?

—Pues si. ¿Tienes otra opción?

—La otra sería que me dejaras ir. Pero sé que eso no lo vas a permitir, por eso no te creo.

Ladea la cabeza y me señala con el pico de la botella.

—Puedes hacerlo si quieres. No tengo armas, estoy aquí solo, no tengo como retenerte si así lo quisiese—esboza una sonrisa torcida, y está vez no parece divertida—Peeeero, estoy seguro de que no te moverás de ahí—señala con el mentón donde estoy parada—, porque sabes perfectamente que de la única manera en la que puedas encontrar a tu prima es que yo te lo diga. Y si te vas, no voy a decírtelo.

El mínimo pensamiento de saber que Chiara puede estar en peligro hace que los bellos de la nuca se me ericen. Le sostengo la mirada, mi pulso tiembla. Él la tiene y no va a dejarme en paz hasta tener lo que quiere, y hasta el momento, no puedo hacer otra cosa que dejarlo hablar.

Mi prima está en sus manos y a mi me tiene contra la espada y la pared. Sabe que no voy a irme sin ella.

—Me estás manipulando—indico. Frunzo el ceño—¿Qué es lo que quieres?¿No te ha bastado con seguirme hasta Italia?¿Con hacerme mierda el departamento meses atrás? Pudiste matarme y no lo hiciste. Prefieres jugar con lo que tengo, ¿y que ganas con ello? No consigo entenderte, Eric.

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