Ocho de la mañana y la avenida principal de New York es un puto desastre.
Lo único que pueden escuchar mis oídos son las bocinas de los coches atascados en medio del trafico que no se mueve, por ende, tengo que apurarme a cruzar al otro lado de la calle por medio de estos, intentando no recibir ningún tipo de insulto.
Justo cuando piso con mi tacón el cordón, la fila desciende.
Respiro hondo. El sol a esta hora da de lleno a mi rostro maquillado, haciendo que tenga que achinar los ojos en busca de no tropezar ni chocar con nadie. Así que, después de cinco minutos, y justo a unos pasos de la empresa, me meto en una cafetería pintoresca. La puerta hace sonar la campana que lleva cuando entro.
Todo el local está decorado con colores pasteles, que varían del rosa viejo al celeste bebé. Tiene variedad de pasteles ubicados en una heladera que abarca parte del costado del mostrador, unos cuantos macarrones de colores bien organizados junto a galletas de todo tipo y puedo sentir mi estomago rugir cuando siento el olor al bizcocho de vainilla recién hecho; se me hace agua la boca.
—Buenos días, soy Amalia—dice la chica de cabello cobrizo del otro lado del mostrador. Su sonrisa es dulce y amable— ¿Qué puedo servirte?
—Buenos días. Quisiera una lagrima y...—me quedo pensando, mientras miro a mi alrededor, algo para poder comer. Le señalo entonces los macarrones con jalea de fresas—, dos de esos. Por favor.
Ella asiente y me prepara el pedido.
Espero a un costado después de pagar mientras reviso los mensajes que he dejado sin responder en el teléfono; todos son de mi abuela y mi prima, incluidos algunos amigos y algunos que otros familiares. Siento algo en el estomago que se me retuerce, y no es por hambre. Es nostalgia.
Apenas estoy tres días aquí pero realmente se me está haciendo difícil. Extraño mis tierras, mi departamento antiguo, la gente de la empresa. Mi delicioso café en granos del mercado...
—Aquí tienes tu pedido—me señala Amelia mientras tiende una bolsa marrón de cartón hacía mi. Doy un asentamiento mientras le sonrío a labio cerrado—Espero que lo disfrutes.
—Muchas gracias, Amelia. Ten un buen día.
Y diciendo eso, salgo del local para luego hacer unos pasos y encontrarme con otro mundo totalmente distinto al de afuera: el mundo Well. Hoy es mi primer día trabajando aquí, pero ya siento que voy a tardar en acostumbrarme a este frenético estilo de movimiento. Rezo para que no me vuelva loca en menos de una semana.
Y que Max no intente hacerme la vida imposible.
—¡Hey, Sam!—escucho que alguien alza la voz. Me doy vuelta sobre mis talones para ver a Carla venir hacía mi en sus tacones azul marino y un vestido negro sin mangas. Su sonrisa transmite buenas vibras—No sabía que ibas a empezar a trabajar aquí. De ser así, ayer te hubiera dejado pasar sin problema.
Niego con la cabeza y le doy una sonrisa.
—Tranquila. Ni siquiera sabía si Max iba a aceptarme.
—No eres de aquí, ¿cierto? Tu acento...
—Si, es extraño—admito entre una risa. Ella asiente—Soy Italiana.
Alza sus cejas, asombrada.
—¡Eso es genial! Nunca tuve la posibilidad de ir pero mis amigas han dicho que es maravilloso—señala. Yo asiento confirmando sus palabras. Frunce el ceño de repente—¿Allí no tenías trabajo? Lo siento, no es que quiera entrometerme... Es que no debe ser nada fácil venir a otro país.
ESTÁS LEYENDO
DESTINOS ENCONTRADOS.
Romance𝑀𝑖𝑒𝑛𝑡𝑟𝑎𝑠 𝑚𝑎́𝑠 𝑖𝑛𝑡𝑒𝑛𝑡𝑎𝑠 𝑒𝑠𝑐𝑜𝑛𝑑𝑒𝑟 𝑒𝑙 𝑝𝑎𝑠𝑎𝑑𝑜, 𝑒́𝑙 𝑣𝑒𝑛𝑑𝑟𝑎́ 𝑐𝑜𝑛 𝑚𝑎́𝑠 𝑓𝑢𝑒𝑟𝑧𝑎 𝑝𝑎𝑟𝑎 ℎ𝑎𝑐𝑒𝑟𝑡𝑒 𝑟𝑒𝑐𝑜𝑟𝑑𝑎𝑟 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑝𝑢𝑒𝑑𝑒𝑠 𝑒𝑠𝑐𝑎𝑝𝑎𝑟. Samantha estaba bien siendo asistente de...