Capítulo cinco.

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Al día siguiente estoy con los tacones de aguja cruzando las puertas de cristal de la empresa

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Al día siguiente estoy con los tacones de aguja cruzando las puertas de cristal de la empresa.

Me sorprende el movimiento que hay aquí dentro siendo tan solo las ocho y media de la mañana. ¿A que hora empiezan a trabajar todos? Mis ojos van por todos lados: sofás de cuero de color hueso, hombres y mujeres bien trajeados, lamparas de plata colgadas en lo alto del techo, el ruido de los ascensores que descienden y vuelven a subir, teléfonos sonando. Todo parece otro mundo puertas adentro.

Sacudo la cabeza y me encamino hacía el escritorio con forma en U que hay en el medio del lobby, una chica rubia simpática me sonríe cuando me ve.

—Buenos días. Mi nombre es Carla, ¿en que puedo ayudarte?

—Buenos días, Carla—respondo con una sonrisa—Soy Samantha, y necesitaría hablar con el señor Well.

Ella abre los ojos como platos pero luego sacude la cabeza. No puedo contener el que frunza el ceño.

—Lo siento, Sam. El señor Well no permite reuniones sin antes ser agendadas—dice entonces con una dulce voz. Tal parece que tuviera pena al decirme que no. Busca un papel, anota algo con el bolígrafo y me lo tiende—Puedes volver a llamar a este número antes de las dos o en todo caso, mañana a partir de las ocho—explica —Podrás concretar una reunión cuando las operadoras te den una fecha, ¿de acuerdo?

¿Esto es una maldita broma?

Niego con la cabeza mientras tomo el papel, veo unos números y las letras en doradas de las iniciales. Voy a querer abrir la boca porque necesito realmente hablar con él, siendo injusto que tenga que aguardar unos días para decirle que he aceptado el puesto.

Entonces veo, junto a la dirección, un número de piso en particular.

Bingo.

Vuelvo a mirar a la rubia.

—Gracias, lo haré. Una pregunta más—digo. Ella asiente— ¿Podrías decirme donde está el baño?

—Al fondo, última puerta a la derecha.

Le doy un asentamiento de agradecimiento mientras encamino hacía donde me indicó. Observo atentamente la gente que pasa a mi alrededor, aunque todos parecen estar metidos en sus trabajos, puesto que la mayoría lleva tabletas o celulares con sus narices pegadas en las pantallas: il nuovo fottuto mondo, como diría mi abuela.

Una vez compruebo que nadie se percata de mi existencia, veo el ascensor más cercano a donde estoy, a tan solo tres pasos y justo cuando las puertas se abren, corro hacía este. Suelto el aire acumulado una vez me meto.

Solo espero que no tenga consecuencias esto.

El tablero de números va marcando los pisos, hasta después de seis minutos, que llega al último: el P30 y me encuentro sola subiendo hasta aquí.

DESTINOS ENCONTRADOS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora