Capítulo veinticinco.

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Maldita sea Arturo y las ganas de querer ir a una gala.

Pensé que había terminado con esa etapa después de volver de New York, ya que con Max si era evidente que debía meterme en ese tumulto de gente con deliradas cifras en el banco y teniendo de todo menos algo: humildad. Todas esas personas producen en mi un mal estar en el estomago. Si soy honesta, no quería volver a eso. La primera gala a la que había asistido terminó siendo un gran desastre.

No, esas fiestas no son para mi. Mucho menos después de haber entrenado todo el día y ya apenas siento los dedos de mis pies.

Recorro mi habitación en bata mientras estoy en debate de que vestido usar. Tengo tres y apenas recuerdo si me siguen entrando. Respiro hondo viendo las prendas encima de la cama.

Dedico demasiada atención al del medio. Uno negro con tirantes y abertura en una de las piernas.

—Vamos por ti, campeón.

Lo tomo de la percha donde cuelga. Con delicadeza entonces me lo coloco con unos tacones plateados. Tengo que fruncir los labios cuando meto los pies en estos. Joder.

Son cerca de las diez cuando recibo un mensaje de mi prima. No podrá venir por mi ya que tuvo un encuentro con su casi novio. Bien, me toca viajar en mi bebe esta noche.

Cuando estoy lista y sé que tengo todo lo que voy a necesitar, bajo hasta la recepción y sigo hasta el estacionamiento que yace detrás del edificio hacía mi coche. No me había dado cuenta de cuanto lo había extrañado ahora que me muevo con él.

Arranco el motor y emprendo viaje.

Me siento nerviosa. No. Lo estoy. Estoy jodidamente nerviosa. Arturo apenas me ha dicho porqué es necesario que vayamos a esa fiesta, pero sinceramente, una parte mía no quiere saberlo del todo. Sé que me metí en esto. Sé que debo entonces hacer mis jugadas y hacer que Eric vea que no me estoy escondiendo, ya no, pero mentiría si dijera que no estoy asustada. Aterrada de que algo fallé.

Tú elegiste esto. Tienes que darle cara y patear sus bolas.

Suspiro sonoramente. Los labios me tiemblan un poco para cuando estoy cerca del hotel De Piazzo. Y tengo que alzar un poco la mirada mientras voy viendo la arquitectura del lugar. Puedo también sentir la leve brisa que viene desde el lago, eso me reconforta. Eso es lo que necesito para saber que este es mi sitio.

Hay coches por doquier, mucha gente se baja de ellos y son llevados por botones hasta la puerta principal, que yace al último trazo de escaleras, las cuales permiten ingresar al hotel. No recuerdo haber venido por estos sitios alguna vez pero no me cabe duda de que aquí hay demasiada gente adinerada.

Cuando toca mi turno de dejarle mi coche a un chico encargado, le entrego las llaves y conteniendo la respiración, tomo la cola del vestido y dedico a mis pies a subir. La gente a mi alrededor está charlando, parecen contentas y el acento italiano resuena por todas partes.

En la puerta me encuentro con un hombre de seguridad. Este deja pasar a la pareja que tenía adelante y después posa sus ojos hacía donde estoy.

—Buonanotte signorina. ¿Il tuo nome?

Abro la boca para responder pero otra persona se me adelanta.

—Está conmigo—aparece Arturo a su lado.

El hombre entonces asiente y me hace un ademán para que entre. Doy un asentamiento mientras paso por su lado.

—¿No debería dar mi nombre de todas maneras?—pregunto al acercarme a él.

DESTINOS ENCONTRADOS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora