Setenta y cinco

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Salimos del piso y bajamos las escaleras del edificio antes de dirigirnos hacia el Lamborghini.

Abraham me abre la puerta del coche galantemente y me instalo.

Pienso en la noche de ayer, la pasamos magníficamente.

¿Acaso se nos puede considerar una pareja ahora?

Le hecho una miradita discreta a Abraham. Se ha puesto al volante con cara decidida.

- ¿A dónde vamos? - pregunto sin más con una gran sonrisa en el rostro.

Abraham voltea a mirarme y sonríe.

- Vamos a ver a alguien que puede poner a salvo a tu hermano

Estas simples palabras me hacen volver a la realidad, mi hermano Diego.
Por un tiempo me olvide por completo de esa situación, ya sé me hacia raro que la felicidad del momento no duraría mucho tiempo.

Y yo pensado que saldríamos a una cita o algo parecido.

¡Qué ingenua eres, _____!

Me pregunto qué pensara Abraham de todo esto. ¿Me considera su novia?

El coche arranca, y dejamos atrás mi barrio para dirigirnos hacia lo alto de la cuidad.

Me acomodó en el asiento, disfrutando del lujo y de las vistas. Unas vistas muy viriles y cuyo perfil me dan ganas de besar, dicho sea de paso.

- ¿Qué andas mirando así? - dice sin más Abraham mirándome de reojo con una sonrisa picarona.

Pillada en flagrante delito de ojeo abusivo. Me pongo a fantasear imaginando que me pone las esposas por haber hecho eso.

- Te estoy mirando a ti... - murmuro relamiendo mis labios.

- ¿Y entonces qué? ¿Te gusta lo que ves? - responde sonriendo mientras mira la carretera.

- Me encanta, es... muy apetecible, me estoy alegrando la vista, fíjate tú.

Mi comentario le divierte y se gira hacia mi con un brillo en la mirada.

- Si no existieras tendrían que inventarte. ¿Lo sabías? - murmura y muerde su labio inferior.

- Me lo dicen constantemente, por cierto, puedes considerarte afortunado... No todos los días dejo que alguien se me acerque tanto...

- ¡Menudo honor! En ese caso, me alegro de haber estado a punto de partirte las piernas, sin ello, me habría perdido un encuentro increíble - sonríe mirándome con un extraño brillo en los ojos.

Suelto una risita nerviosa.

Si me hubieran dicho que iba a tener una relación tan fuerte con esta clase de tíos, me habría cortado un brazo. Increíble: esa es la palabra.

- ¿Me puedes decir a dónde vamos?

Abraham me señala la carretera con la barbilla.

- Ya nos queda poco, es justo allí.

Un poco más allá en la calle, veo un portal de un blanco lechoso enmarcado por cámaras de vigilancia.

- ¿Cámaras de seguridad? - arqueo una ceja.

- Es mejor tener si quieres estar tranquilo, ¿No? - su tono es burlón.

Abraham gira el volante con una sola  mano, no puedo evitar morder mi labio inferior al saber que esas manos ayer me tocaron toda la noche.

Para el coche delante del portal. No sé mueve nada durante un momento, pero luego, despacito, empieza a abrirse la puerta. Avanzamos entrando en un inmenso parking subterráneo.

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