Cincuenta y tres

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Clavo mis ojos en la mirada divertida de Abraham durante un corto instante para hacerle entender que su bromita machista no me afecta lo más mínimo.

Pero pasa de mi totalmente. Me mira de pies a cabeza, tengo la sensación de que toca mi piel solo con mirarme así.

Es, a la vez, increíblemente electrizante y deliciosamente ardiente.

Eso me gusta, esa mirada que me acaricia, que me toca, que casi me desviste.

Es tan desconcertante como placentero, y lo disfruto aún más cuando se me queda mirando el escote.

Al final, cruzamos nuestras miradas cuando termina de echarme el ojo por todas partes.

Le sonrió y después de un instante, doy media vuelta con la energía suficiente como para que mi minifalda revolotea alrededor de mis piernas.

¡Estoy segura de que ha aprovechado! Por lo que parece, eso es lo que quiere ver, así que lo hago aposta para volverle loco.

Vuelvo a mi puesto, un poco menos tensa que antes. Las luces de los coches me iluminan y, estando a contraluz, solo distinto las sombras de alrededor. Entre ellas, a Abraham.

No necesito verle, noto su mirada puesta en mí. Como una manta o una mano que intenta desvestirme.

Le sigo el juego con cierto gusto, poner ojitos y hacer monerías solo por darle el gusto a esos señores.

Después de todo, dicen que el ridículo tampoco mata.

El ambiente de la calle está a tope. Sigue sonando la música y las apuestas se hacen con gran discreción.

Cuando todo el mundo está listo para la segunda ronda, doy la señal.

Esta vez me he preparado, y el efecto de la ráfaga no me pilla por sorpresa.

Al contrario que la primera vez, saboreó el momento en que los coches pasan a mi lado a toda velocidad haciendo rugir los motores.

Me giró para ver como los vehículos se van encogiendo a gran velocidad. Los grupos de gente se echan a la pista para admirar los potentes bólidos que se adentran en el asfalto.

Entonces, creo ver a Abraham, que ni se ha movido, me esta observando, indescifrable. Sin moverse, con los brazos cruzados.

Nuestras miradas se buscan, se encuentran y se clavan. Dejo que me inunde una sensación incómoda que ahora ya me es familiar.

Esa sensación que podría definir como el aura de un depredador. Lo que me dice que tengo en frente a alguien...

Tiemblo sin lograr dejar de mirarle.

Abraham me está cambiando, me empuja a ser diferente. A atreverme a hacer cosas que nunca habría hecho en circunstancias normales. ¿Es algo malo?

Pero no estoy segura. Solo sé el efecto que tiene en mí. Cuando estoy con él, no soy yo. Me convierto en otra persona.

Miro al suelo para concentrarme en mi misma. En mi ropa sexy, provocadora, tan diferente de lo que me pongo normalmente.

En el lugar en el que estamos y en el que creo que nunca habría puesto un pie si no hubiera traído él.

En lo que ya hemos hecho. En lo que ya he hecho: intentar seducirle, manipularle.
Encontrarme rodeada de pistolas y ante un mafioso.

Pensaba que estaba haciendo todo esto por Diego, pero ahora ya no lo sé. Para ser sinceros, ya no sé nada desde que Abraham se cruzo en mi camino.

Tampoco es tan grave. Una vez que Diego esté fuera de peligro, dejaré todo esto.
¡Se acabaron las peleas con este idiota!

Levanto la vista para mirar de nuevo a Abraham, pero no lo veo.

¿A dónde se ha ido?

Giro lentamente sobre mis talones y escaneo a la gente que está a mi alrededor.

Veo a algunos pilotos desafíandose para ver quién será el mejor; coches haciendo derrapes y también a un grupo extasiados ante un motor.

Hasta ahora, estaba lejos de imaginarme lo que eran una carrera callejera. Me había informado, vale, pero no me esperaba esto.

Todo es mucho menos espectacular visto desde adentro. Pero la sensación de adrenalina está muy presente.

Me dan ganas de ir y mezclarme con uno de esos grupos para intentar entender lo que les atrae de todo esto.

Me imagino que, para la mayoría, es el afán lucrativo. Para otros, debe ser la pasión por la velocidad o las dos cosas.

Sigo girando sobre mi misma intentando distinguir la silueta de Abraham. Es una pérdida de tiempo, no anda por la línea de salida.

Echo una miradita hacia los organizadores de la carrera. Están ocupados mirando algo en las pantallas de sus teléfonos.

Decido dejar mi puesto y adentrarme entre el gentío, pasando entre los grupos furtivamente.

Por mucho que busque a Abraham, el animado ambiente que reina en este lugar está empezando a gustarme.

Un escalofrío de emoción me recorre la espalda cuando rodeó un Dodge Challenger SRT Demon negro metalizado.

Me quedo mirando su cromado, sus llantas y los reflejos iluminados por las farolas de la calle.

¡Este coche es una bestia! ¡Cuando está traficando puede alcanzar los 800 caballos!

De pronto, me agarran del brazo. ¿Abraham? Me giró. No, es uno de los organizadores.

- Lo siento, bonita, te están esperando para dar la salida. ¡Muévete!

Asiento, más que oír lo que ha dicho, he leido sus labios. El ruido que hay aquí es a veces ensordecedor.

Doy media vuelta para ir hacia la salida tras haber echado un último vistazo alrededor.

Sin rastro de Abraham, que se le va hacer, ya me encontrará él cuando quiera.

Vuelvo a mi puesto, mientras que dos coches se acercan. Sus luces me ciegan y pongo la mano en la frente para protegerme los ojos.

Logro distinguir, con mucha dificultad, un Porsche 918 Spyder. ¡Oh, Dios mío! Es mi coche favorito.

Doy un paso al frente echándome a un lado. ¡Es más fuerte que yo! Tengo que ver lo más de cerca. La carrera puede esperar.

El Spyder es un modelo muy, muy poco frecuente. Está muy por encima del Lamborghini de Abraham.

Me acerco al coche, que está rugiendo ferozmente. Es el rey del asfalto, uno de los coches más potentes del mundo.

Si mi hermano viera esto... se pondría como loco.

Me tomo mi tiempo para admirar sus curvas convexas y cóncavas. Sus bordes marcados que crean un efecto de profundidad.

Giro alrededor del coche extasiandome cada vez más. Es, sin lugar a dudas, el coche más bonito de la carrera.

- Bonito, ¿eh?..

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