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León está en el bosque, un bosque con árboles tan altos que tapan el sol o la luna, lo que quiera que sea que esté en el cielo, un bosque con zarzas que hacen que su cuerpo pique como si miles de insectos le chupasen la sangre, un bosque donde las enredaderas no trepan por los troncos, sino que se anudan con fuerza sus tobillos, a sus muñecas, a su cuello. León quiere luchar y no puede, ve con horror como su cuerpo se deshace en tierra húmeda, hierbajos y ramitas. Su corazón deja de latir poco a poco, crece sobre un pequeño tallo, explota en una flor.

—¡Ah! —chilla el omega, levantándose de golpe y dándose en la cara con algo suave y de aroma a polen que le hace estornudar.

Se pone bizco para observar lo que tiene en las narices y cuando ve que es un ramo de tulipanes se relaja y lo coge, sonriendo.

—¿Te gustan? —pregunta Harry dándole un beso en la frente. León asiente vigorosamente. —¿Estás bien? —dice deshaciendo su sonrisa y viendo como los dedos de León tiemblan un poco.

—Una pesadilla —murmura, quitándole importancia con un gesto de manos. Centra su atención en las flores, sonriendo —. En mi bosque sí que había de estas, me gustan los tulipanes, los usaban las novias en los vestidos. —explica, preguntándose qué llevará él en la boda. Harry le ha informado sobre el cortejo, pero por lo que a León respecta él no sabe nada sobre la aceptación o el rechazo del cortejo y tampoco sobre el matrimonio o... la noche de bodas. Traga saliva, prefiere no abrumarse ahora y se dice que ya lo descubrirá después.

<<Tengo toda una vida junto a Harry para aprender... no hay prisas>> piensa mientras sonríe, sintiéndose la criatura más feliz del mundo.

—¿Tulipanes? Aquí los llamamos destellos del día, las mismas flores siempre tienen nombres distintos. Cómo tú, en Kez eras un simple mendigo —murmura, entonces le quita el ramo para meterlo en el cuenco de agua, con las rosas, y le susurra en el oído —aquí te llamarán príncipe y luego rey. Y yo te llamaré mi amor.

—Eres un bobo —le dice el omega, poniendo una mano en la cara del omega para alejarlo y que no le avergüence más. Harry le da un lametón en la palma y León, indignado, se lanza a intentar lamerle la cara al alfa.

Ambos empiezan a jugar a peleas en la cama, León haciendo gruñidos agudos que Harry halla hilarantes y él rugiendo de forma que hace sentir a León cerca de rendirse. Al final Harry se deja ganar, tumbándose en la cama mientras saca la lengua, fingiendo haber muerto, y León se pone a horcajadas sobre él y, con una sonrisa traviesa, empieza a pincharle los costados con los dedos.

—¡Oye! ¡Basta! —chilla Harry, el cual resulta ser vulnerable a las cosquillas, pero León posee manos ágiles y lo tiene riéndose hasta que le duele el estómago. —¡Eres cruel! —le reprende al alfa cuando León se da por satisfecho. —¿Sabes que en otros imperios usan las cosquillas como tortura? Aquí nunca lo hemos probado.

—¿Aquí torturáis? —pregunta León con el ceño fruncido y el tono asustado. Harry asiente sin vacilación.

—Solo en casos extremos, mi amor, no temas. No hacemos eso con los ladronzuelos o los timadores, solo con prisioneros de guerra que tienen información de vital importancia o si sospechamos que alguien hace un complot contra la corona. —León traga saliva, pero asiente, comprensivo, mientras Harry le acaricia la cara. No le gusta la tortura, pero entiende que no tiene derecho a decirle a un futuro rey que eso es cruel. León ya sabe que la vida es cruel y sabe que a veces las opciones existentes no se dividen en buenas o malas, sino en más o menos crueles.

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