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*esta semana actualizo hoy porque como me van a operar luego estaré pocha y seguro que si lo dejo para después de la operación no actualizo uwu

Se desanuda la toalla, doblándola con cuidado y dejándola en la cama. Se percata de la falta de zapatos, pero por lo que ha visto ni siquiera el príncipe los lleva, así que deduce que debe ser costumbre. Por ahora no le ha supuesto molestia alguna, los suelos están limpios y son ciertamente lisos. León empieza por colocarse la parte baja de la ropa. En efecto le llega un par de dedos por encima de las rodillas, pero se le ajusta perfectamente a las caderas.

La puerta se abre cuando el muchacho todavía no ha podido ponerse la toga y este da un repullo, tapándose el cuerpo con la prenda de satín. El príncipe entra riendo con bonitos hoyuelos al ver a su pequeño siervo rojo como un tomate. León desvía la vista y sabe que no tiene derecho a pedir intimidad en la mismísima habitación del príncipe, así que separa la ropa de su torso mostrándolo como si no le afectase. El alfa aparta la mirada.

—No hace falta que lo hagas delante de mí si no quieres —dice con calma, volteándose mientras León se apresura en vestirse. —. He ordenado que preparen una habitación para ti justo al lado de la mía. Para cuando anochezca estará todo en orden y ya podrás instalarte ahí, hasta entonces puedes quedarte aquí. Dime, ¿estás muy cansado?

León termina por ponerse la prenda y el alfa se gira, lo ve con una enorme sonrisa y se abstiene de interrumpirlo para decirle cual angelical luce.

—Estoy algo abrumado por todo esto, pero he podido dormir mucho en el viaje, así que no, no estoy especi-

León deja de hablar cuando ve al lobo acercarse a él con el ceño fruncido y el cuerpo irradiando una nube de feromonas que lo aturde. Con pasos firmes, Harry llega hasta donde el pequeño chico está y se acerca tanto que León sube a la cama. Balbucea una disculpa, pero Harry lo ignora, tomándolo de la muñeca y alzando uno de sus brazos.

—Por todos los dioses... —susurra afligido. León nota la mirada del lobo pasar una y otra vez por los moratones de sus brazos y después advertir lo que se asoman por el escote del pecho. El lobo se inclina, tomando la prenda del chico, dispuesto a abrirla y exponer su piel maltrecha, pero antes dice: —¿Puedo ver? Solo quiero saber qué heridas tienes.

León asiente, sintiendo que tampoco tiene opción de negarse, y el otro lo despoja muy gentilmente de su toga viendo el vientre y los costados llenos de marcas. Expulsa aire por la nariz cuando ve los botones rosados del chico, pequeños y bonitos, pero rodeados de marcas rojizas de dientes. Le hierbe la sangre.

—¿Tienes más marcas? —pregunta demandante, pero se reprende mentalmente por su tono malhumorado. El chico asiente, pálido. —¿Dónde? —exige, tratando de sonar más calmado, aunque a duras penas puede guardar la compostura.

Él gusta de marcar a los omegas en noches apasionadas, dejas sus manos plasmadas a base de azotes, sus dedos grabados en el cuello de los pequeñas criaturas que se retuercen bajo él, dejando líneas sangrientas en su espalda con las uñas. Pero si León lleva años fingiendo ser un beta y hace poco ha sido descubierto por los Kez tiene claro que esas no son marcas de pasión, sino de violencia y puede que de algo peor.

—E-en los muslos, mi señor —confiesa el chico, asustado ante la idea de tener que desnudarse.

Mira las manos del príncipe con temor, los anillos fríos le hielan la piel y hacen que sus pezones resalten contra la fina tela. Teme que esos dedos le quiten también los pantalones, dejándolo vulnerable, pero el alfa le cubre el pecho de nuevo, asegurándose de cerrar cualquier ventana a su piel con las capas de satín.

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