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León le acaricia el pecho a Harry y este lo abraza rodeando su pequeña espala con demasiada facilidad. El cuerpo pequeño del omega se le hace siempre vacío, como si estuviese hecho de papel, así que cuando lo toca las manos le tiemblan. León no es para nada así con Harry, él deja todo su peso sobre el alfa, sabiendo que será sostenido, vuelca sus besos en él, sabiendo que se los devolverá, y le acaricia el pecho pasando las manos firmemente por los enormes músculos. Harry tiene la piel gruesa, velluda y llena de marcas de batalla, pero León no ve nada de desagradable en ello. Él no querría a un amante con la dermis rasa, le parecería insípido, prefiere mil veces al príncipe con su cuerpo dorado, herido y fuerte. Le gusta notar con sus dedos la forma en que el pecho se alza, duro, en que la tripa está surcada por las montañas de los abdominales, en que los hombros resaltan y los brazos le obligan a abrir sus manos porque no puede abarcar bien ni las muñecas del lobo negro. Le gusta que la piel de Harry esté un poco encallecido y raspe, que su barba afeitada hace poco empiece a pincharle alrededor de los labios mientras se besan, que los dedos hallen aquí y allá depresiones y protuberancias en su cuerpo con la forma del filo de la espada o de las garras y dientes del enemigo. Le gusta pasar los dedos por esas cicatrices notorias, nudosas y largas, imaginarse el cuerpo de Harry cuando la herida no había cerrado, y dejar que el olor de la sangre vuelva a él como un recuerdo que está ahora sin jazmín, sin dolor, sin temor ni cobardía. Le gusta pensar en Harry empapado de sangre y sudor, las ropas rasgadas, la espada manchada y a sus pies los cientos de cadáveres de los pobres ilusos que pensaron en hacerle frente. Cada cicatriz cuenta la historia de una batalla ganada y al omega no le importaría pasar sus dedos las suficientes veces como para aprender a leer el idioma que Harry lleva en la piel. Su cuerpo entero es una leyenda, como las de dioses.

Quiere ver a los demás postrándose a los pies de su príncipe, rezándole, temblando. Quiere agarrarle del brazo para tener que calmarlo, quiere verlo rugir, perder la cordura, por él, quiere verlo matando a quien le haga daño, quiere que no sepa controlar su fuerza, que haga sangrar a un hombre y luego se gire y le bese tan fuerte que le rompa los labios. El omega de León le hace avergonzar por esa clase de deseos primitivos y extraños, pero él se aventura a imaginarlos y todo su cuerpo se estremece pensando en Harry, en este Harry dulce que ahora lo besa, desvaneciéndose para ser solo un animal, la clase de bestia que los alfas de su raza jamás tuvieron la capacidad de ser. Quiere saber qué se siente al tener un alfa capaz de matar por ti, al tener a un alfa celoso, agresivo, guerrero, al tener a un alfa libidinoso y grande, al ser roto incluso si el otro es cuidadoso, ser besado con furia, ahogarse con feromonas y una mano grande al cuello, ser lanzado a la cama, mordido hasta sangrar, follado hasta llorar, quiere un lazo que le apriete cuando Harry gruñe, una fuerza abismal que tire de él cuando se aleje. Quiere no entender dónde acaba Harry y empieza él.

—¿Te sientes bien? —pregunta el castaño separándose el beso, León le respira pesadamente sobre la boca, aún mirándola. —Tus feromonas se han vuelto locas.

—Eres demasiado alfa para mí —responde León riendo un poco —, cuando me besas creo que mi cuerpo aún no puede procesarlo del todo y... dioses, mi cabeza va a lugares realmente vergonzosos.

—¿Puedo acompañarte a esos lugares? —pregunta Harry juguetonamente. —Dime ¿Qué cosas imagina esa cabecita tuya?

León ríe pícaramente.

—No confesaré nunca. —después de decir eso muerde la mejilla del alfa, soltando una risilla.

—¿Voy a tener que hacerte hablar? —pregunta Harry insinuadoramente. León se encoge de hombros fingiendo esa inocencia que cualquiera diría que es innata y el alfa se levanta, agarrándolo para que no caiga.

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