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León suspira cuando un chorro de agua fresca le cae sobre la cabeza, aclarándole el jabón del cabello. Tras la cena tensa que ha tenido con su familia Harry ha llegado a la habitación para ver a León con la ropa empapada de sudor y la bandeja de comida intacta. Tras la pelea con Gerard el chico había logrado dormirse y Harry pensó que mejoraría con eso, pero al hallarlo delirando en sueños y llorando todavía, el alfa lo ha desnudado, se ha quitado la ropa, y ha decidido aprovechar que es de noche para meterlo en la bañera, pues el agua debe estar ya fría.

—Príncipe, príncipe... —lo llama, agobiado al ver que está en agua y chapoteando, como si temiese hundirse.

Harry lo aprieta fuerte de la cintura, acercándolo a él y haciéndolo notar que está sobre su regazo. León suspira y apoya su cara en el pecho del alfa que le enjabona la cabeza.

—Llámame Harry, tonto —le dice el alfa, sonriéndole y bajando a rozar su frente con los labios. —sigues con fiebre...

—Harry tonto —se burla el chico, riendo suavemente, con los párpados enrojecidos y entrecerrados.

León está muy pálido, pero tiene los labios, la punta de la nariz y el contorno de los ojos de color ardiente, como si estuviese enfermo y eso le preocupa.

—Harry... —lo llama el omega, arrastrando el nombre despacio por su lengua.

—¿Si?

—Me duele...—se queja largamente, profirieron un agudo aullido después.

Es una llamada de auxilio, la forma más evidente en que un omega puede mostrar su vulnerabilidad y pedir por un alfa. La entrepierna de Harry da un tirón y se hunde un poco más en el agua fría, sintiendo que la temperatura aumenta en la sala. Él ha sido entrenado para pensar racional, fríamente incluso con las costillas rotas y su lobo rugiendo de dolor e ira, tiene un control excepcional del lobo que lleva en su interior y de sus instintos de alfa, pero ahora siente que lo olvida todo.

—¿Dónde —el alfa se distrae, dejando la frase morir en sus labios mientras los ojos se le pierden en el rostro lloroso y sonrojado del chico. No puede parar de pensar obscenidades que sabe que son una ilusión inútil, pero que mandan hormigueos a sus manos, como pidiéndole que tome algo que no le pertenece. El alfa se relame los labios y trata de pensar como un hombre razonable —¿Dónde te duele, amor? —pregunta con dulzura, pero León solo cierra sus ojos, frunce la boca y niega con su cabeza empapada en agua con jabón. —¿No? ¿No quieres decirme? León, no puedo ayudarte, tienes q...

El omega hace un pequeño gimoteo de dolor, se contrae, azotado por las sensaciones a las que su cuerpo está sometido, y le araña todo el pecho en busca de un lugar donde sostenerse. Harry muerde su labio cuando comprende qué pasa, cuando entiende que el calor viene de la fogosa piel de León, que el aroma delicioso que llena el aire hasta asfixiarlo no tiene que ver con jabones aromáticos, sino con feromonas excitadas y fértiles y cuando nota que algo se derrama en el agua, delicioso y dulce como néctar y tan desconocido para León que solo atina a frotarse los muslos con molestia, preguntándose qué es ese líquido cristalino, pero pegajoso que no se le va ni con agua.

—León —Harry lo llama, pero el chico no responde. Se queda quietísimo, en una tensión horrible, y se le marcan las venas y tendones del cuello cuando vuelve a hablar, apretando los puños a los lados de su cuerpo para no tocar al omega. —León, estás en celo.

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