88 (final)

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La vida en palacio ha cambiado mucho, demasiado. Han pasado nueve meses y aunque la mayoría de los cambios se han dado repentinamente en el primero tras la guerra dorada nadie logra habituarse a ellos totalmente. Incluso Shin y Sanha parecen notar que en el castillo un aire de derrota flota entre los nuevos lujos y cuando juegan de vez en cuando se quedan parados, angustiados como un mal olor que los pone enfermos de la tripa y tienen que salir al pueblo para seguir jugando. Es como si percibiesen eso que todo el mundo sabe, pero que nadie les ha explicado: que hay una enorme cicatriz en palacio.

Los Seth dominan ahora casi todo su lado de las montañas, su imperio se extiende por largas llanuras, acorralando a los pocos lobos rubios que quedan en un angosto territorio donde la vida es sencilla y llevadera, pero donde formar un ejército sería imposible. Las tierras de los Kez son iguales: arrasadas por los lobos negros, caídas en manos del terreno de Vento, que crece a gran ritmo tras devorar los pueblos vencidos.

El imperio de los lobos negros es ahora mucho más grande que cualquier otro y si alguien dudaba antes de si eso sería así por mucho tiempo, ahora su crecimiento exponencial es una muestra indudable de que se mantienen en el poder firmes como la roca.

Pero el precio es alto y tanto Harry como todo el consejo preferiría no haberlo tenido que pagar. Son una corona capaz de arrasar a otra si la guerra estalla, pero jamás levantan las armas antes de tiempo. Son pacíficos, pero volátiles, no muerden hasta que no se les provoca, pero cuando sucede no sueltan hasta arrancar la mano que lo amenaza. Los lobos negros se han convertido en el imperio más temido y respetado a lo largo y ancho del mundo, rumores sobre su furia llegan hasta las islas de los lobos marinos, donde se dice que el lobo blanco que comparte trono con el negro es tan o más fiero que él y que de no tener espada, León habría matado al rey de la revolución dorada con sus propias garras.

Lo llaman garras de omega. A León le honra tener un apodo que es capaz de ponerle la piel de gallina hasta a él y no sabe si lo merece del todo, pero cada vez que entrena y mejora en el manejo de la espada tiene claro que si ese nombre todavía no le queda, se lo ganará en un futuro. Le hace feliz ser temido como si fuese un alfa y apuesta a que su familia estará en el cielo mirándolo con orgullo, se merecen ese alivio después de haberlo visto casi morir en manos de Wurf.

El nombre de ese desagradable ser todavía le crispa los nervios. Sabe que no puede hacerle nada, pero despierta recuerdos horribles y no solo eso, señala ausencias que nunca van a poder suturarse. Wurf está muerto y León se alegra de que no pueda volver a la vida, pero eso solo significa que Nath y Hermalias tampoco van a regresar nunca y tampoco el rey Towen. En cierto sentido le fue más fácil aceptar la muerte del rey, cuando Harry se sentó en su trono y dirigió a todos con voz firme y dirigente, como si llevase reinando toda la vida, León sintió que su ausencia pesaba menos. Seguramente fue porque León no conoció nunca a Towen más que como un rey bondadoso y Harry podía fácilmente ser es figura en su lugar; pero el lobo todavía despierta en medio de la noche, con sus rizos castaños empapados de sudor, diciendo que huele a quemado. Harry aún se estremece cuando pasa delante de la enfermería de Aura y lo primero que recuerda no es que allí marcó a su omega, sino que allí murió su padre. Solo.

El sitio de Towen es ocupado por Harry en las reuniones del consejo y aunque nadie lo ocupe en el corazón del joven rey él siempre supo, como todos los hijos saben, que viviría la muerte de su padre. No por ello duele menos, que sea predecible solo hace la espera más dolorosa y el momento más frustrante, como si la advertencia de que uno morirá antes se convirtiese en una especie de <<Podrías haberlo evitado>>, en una culpa que el que sobrevive carga de por vida. Pero como mínimo la muerte de Towen era esperable y una pequeña parte de Harry la había aceptado hacía mucho tiempo. Nath y Hermalias fueron dos golpes bajos, de esos que te tiran al suelo tan duro que no sabes si podrás volver a levantarte.

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