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Es media noche, Aura se ha ido y León es incapaz de dormir. La sala de medicina del palacio es limpia, pero es fría y le hace sentir extraño. Parece un lugar de pesadilla, de esos que lucen como un sitio normal, pero que tienen una extraña aura, una especie de tensión que lleva inscrita una cuenta regresiva silenciosa, mientras algo ominoso está por suceder. León se abraza a sí mismo y mira de reojo el bol de avena, ya frío, que tiene a su lado. Se pregunta cuanto tiempo ha estado inconsciente y si al salir de ahí encontrará a Harry con un anillo y deberá llamarlo su majestad. No sabe cuánto lleva inconsciente ni qué pasó cuando él cayó redondo al suelo, pero puede imaginarse a los guardias llevándoselo como a un simple escombro, dejando que la boda prosiga sin él. Puede imaginar a Harry casándose, besando a la novia, a Harry impregnándola esa misma noche, mordiéndola. Puede imaginar como el lazo hará que el alfa acabe por amar a esa loba parda que ahora no le cae bien, como un cordel rojo y apretado estrechará sus almas, acercándolas hasta fundirlas, alejando la de Harry de León sin remedio alguno. Un omega puede ser marcado por un alfa, pero un alfa siempre pertenecerá solo al primer omega al que marcó. Harry pertenece a Lady María. La idea le hace ponerse a llorar y de repente siente las feromonas de Harry. Se ríe, pensando que está enloqueciendo hasta el punto de imaginar cosas. Pero entonces alguien llama a la puerta. León da un gritito y se tapa con la manta hasta la nariz, mirando con atención como el pomo se mueve. La puerta se entreabre y aunque está oscuro León reconoce a la perfección los rulos castaños y los ojos verdes.

—¿Harry? —pregunta en un susurro, no está seguro de si está feliz de verlo o no, lo ama, pero por eso mismo le rompe el corazón.

El alfa le sonríe, cierra la puerta y hecha la llave. León traga saliva y cuando Harry se arrodilla frente a su camastro y le toma la mano quiere arrancársela de un tirón, despreciarlo, así como él se siente despreciado, pero está demasiado hambriento del contacto de Harry y le deja tocarlo, deseando poder recordar ese último tacto por siempre.

—Lo siento, omega. Siento haber hecho algo tan horrible como intentar casarme con alguien a quien debería juzgar venganza por lo que le hizo a tu manada.

León niega dulcemente, ya sin lágrimas que llorar.

—Tú no debes vengar nada, era mi manada no la tuya.

Harry aprieta los dientes y niega, tan dolido que se le cae la mirada de vergüenza.

—Te equivocas, debería vengarme porque te ha hecho daño a ti. Eres parte de mi manada, mi omega. —León lo mira con asco al oír esas palabras, preguntándose si acaso Harry disfruta de decirle cosas hirientes, promesas imposibles. Le retira la mano con violencia, como si le quemase tocarlo.

—No en este mundo, alfa... Puede que si las cosas hubiesen sido diferentes me hubieses llamado tu omega, pero ahora... ahora es imposible. Una blasfemia.

—Los dioses no crean la misma cosa dos veces, nunca, no nos habríamos podido conocer de otro modo porque tú y yo solo podemos ser aquí y ahora, porque esta es la única forma y si lo es, haré que funcione. —asegura el alfa, su tono confiado hace flaquear a León, pero recuerda que no debería creer en sus palabras y solo ríe sarcásticamente.

—¿Cómo? —pregunta sin esperar respuesta alguna. Después, dolido, añade: —El consejo y los ancianos ya te dijeron antes que no lo aprobarían ¿Qué esperanza queda? No te dirán que sí ahora, te dirán que no más fuerte aún porque he demostrado mi debilidad... he demostrado que soy patético, que no soy digno de ti.

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