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—No, no, por favor, espera ¡No! —grita León desesperado cuando los hombres le sueltan y nota la figura del lobo cernirse sobre él. Tiene la piel tostada, más de lo que jamás ha visto, y cuando pone la mano sobre su hombro, sobrándole un par de dedos para abarcarlo, el omega se paraliza y gime por auxilio. Los dedos son enormes, callosos y ásperos, hacen que su piel arda con un leve contacto y que su cuerpo entero se sienta como de arcilla.

Su cuerpo tiembla, siempre un nudo en el estómago y algo que lo impulsa a querer lamer esa mano y pedir, como un buen chico, no salir demasiado herido. El hombre, sin embargo, no le daña con su agarre, sino que agacha mucho para llegar al suelo, con él y le susurra:

—Criatura, por favor, sube a mi carruaje y déjame acompañarte el resto del camino.

León se dijo que lucharía, pero la voz, amable y ronca a la vez, le rompe las defensas y mueve sus hilo. No está dispuesto a escuchar a ese hombre gritarle, así que asiente dócilmente y se queda de pie, esperando a que este le guíe al carruaje.

—Mi señor —dice el mercader haciendo una reverencia mientras, tras él, dos siervos cargan pesadas bolsas—, el dinero está todo.

—Entonces, el trato está hecho. —dice Kajat mirando ahora a los dos alfas. —Denle recuerdos de todo el consejo real a la casa de Kez.

—Así lo haremos —prometen los alfas, volteándose para ordenar a sus esclavos que carguen las cajas en los distintos carruajes de mercaderías. Hacen una reverencia después y León aprieta los puños lleno de una frustración que le quema ¿Acaso él no merece el mismo respeto que la mole a la que esos dos canallas reverencian ahora? Que él no tenga el cuerpo y fuerza de un alfa y que tenga el cabello blanco y el aroma dulce no le hace valer menos que ese alfa de lobo negro. Sin embargo, los tratan de formas tan dispares.

—Jefe, está terminado, podemos marchar. —avisan los dos chicos que llevaban las bolsas con el dinero.

Kajat asiente, pone una mano en la espalda del omega y este grita por el susto, pero el alfa ignora el sonido y lo guía despacio hacia otra de esas opresivas cabinas de madera cubiertas por tela. Esta es más alta que la del carruaje en que ha venido, supone que para que el alfa no se dé con el techo en la cabeza, y más ancha, lo cual agradece.

El alfa entra primero, alzando la tela con su brazo para abrirse paso, cuando el omega debe doblar bien su pierna para ponerse en el alto escalón el alfa alarga su brazo, le rodea la cintura, y le da impulso para que pueda subir. León quiere agradecer, pero su miedo le impide articular palabra alguna. El alfa entra, se sienta en uno de los bancos y ve al chico desnudo quedarse en medio del círculo mirando al suelo y jugando con sus manos en un intento de cubrir su intimidad. Espera volver a ser golpeado hasta ser un ovillo en el suelo o abusado sobre el regazo del alfa. No quiere que el momento llegue nunca, pero sabe que es inevitable, así que solloza bajito, aguardando.

—Siéntate, bello omega —le dice con un tono que le eriza la piel.

El hombre señala el banco del lado opuesto y León obedece sin mediar palabra, pensando en que en cualquier momento el hombre se hartará de verlo como a una pieza de arte y saltará sobre él para asaltar su pobre cuerpo. Quizá no lo jode, queriendo dejar el regalo de su príncipe intacto, pero si León ya se resiente horriblemente, en cuerpo y alma, de lo que esos dos alfas desalmados le han hecho en el otro carruaje tiene en claro que este alfa gigantesco será peor que vivir eso cinco veces juntas.

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