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—No pensé que fueses a ser real —dice una voz risueña en su oído. El susurro lo hace tener un escalofrío y acto seguido pensar que se derrite. La voz grave y melosa se vierte sobre su cuello como una lamida cálida y siente su fuente de olor hormiguear mientras endulza el aire por culpa del estímulo. León lanza un pequeño gruñido al aire como protesta por tales sensaciones y el alfa ríe. Una risa corta, pausada y capaz de hacerlo suspirar. —, puedes girarte —le advierte con la misma amabilidad que antes. —, no muerdo, no ahora al menos.

León traga saliva. Si el alfa quisiera marcarlo contra su voluntad ahora mismo, sin siquiera conocerse, saber sus respectivos nombres o haberse visto las caras, podría hacerlo. Cualquier alfa podría crear un lazo en él sin complicaciones, unir de por vida su corazón a una voluntad cruel y arrastrarlo de aquí para allá como a una muñeca de trapo hasta deshilacharlo. Definitivamente León no le ve la gracia por ningún lado a la broma del alfa. Pero se resigna y decide voltearse, tal como su amo le pide, y al hacerlo siente que el corazón se le saldrá por la boca.

Si Kajat lo dejó sin palabras unas horas, el príncipe Harry es capaz de enmudecerlo para siempre. Fácilmente roza los dos metros, León está seguro de que es alto hasta para un lobo negro. Su complexión no es tan fuerte como la de Kajat, pero su cuerpo estilizado, entre el guerrero y el bailarín, lo hace lucir mucho más seguro de sí. Retrocede un paso, intimidado por la trabajada figura de Harry, por sus atléticas piernas, sus marcados brazos y sus anchos hombros. El lobo viste con vistosos brazaletes y tobilleras de oro que llaman la atención de cualquiera hacia sus pies descalzos y sus granes manos venosas y revestidas de una hilera de anillos. Lleva pantalones blancos holgados que se afirman a su cintura con un cordel rojo y caen vaporosamente sobre los músculos de las piernas y las rodillas, revelando formas insinuantes y ocultando detalles. Y pese a lo lujosas y caras que parecen esas prendas, no lleva camisa. Se olvida de respirar mientas sube sus ojos por el abdomen y el pecho del príncipe, ambos morenos y llenos de cicatrices que por alguna razón le hacen lucir más hiriente, que herido. Nota la nuez del alfa moverse cuando este traga saliva al verlo y siente escalofríos al ascender por su cuello ancho y por la mandíbula cuadrada. Ha heredado del rey un hermoso rostro: muy masculino, con el cabello rizado color café perdiéndose detrás de los hombros, las delgadas cejas que se alzan formando medias lunas. Los ojos del alfa relampaguean y por un segundo ve en ellos una tormenta de bosque, ve en el verde del iris árboles estremeciéndose por la furia de la tempestad, hojas volando y prados enteros azotados por una fuerza que no tiene palabras para describir.

El hombre le recuerda al león tallado en el cabecero de la cama: tan intimidante como un animal corpulento, pero a la vez inmóvil, o paciente o al acecho.

—No entiendo cómo puedes ser tan hermoso —susurra el alfa totalmente serio, sus ojos clavados en el rostro suave y pálido de León.

Lo mira con tal fijación que el omega aparta la mirada y las feromonas dulces del miedo se extienden entre ambos. El alfa sonríe, mostrando dos bonitos hoyuelos.

León siempre imaginó a los lobos negros como bestias enormes de músculos deformados, rostros simiescos y dientes largos, amarillentos y cubiertos de un goteo constante de saliva y sangre. Cuando le decían que esos seres no parecían humanos los imaginó como algo menos, no como algo más. Harry parece un Dios y León siente un temblor en las piernas que lo tiene a poco de arrodillarse y ponerse a rezar las oraciones de su pueblo.

—¿Cuál es tu nombre?

—L-león, mi príncipe. —dice con un hilillo de voz, tratando de sonar obediente.

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