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—A ti mis acciones te hacen sentir bien ¿Sabes por qué lo hago? ¿Sabes qué es lo que siendo yo al hacerlas? ¿Sabes que siento al besarte, al desnudarte, al recorrer tu cuerpo con mis manos?

León niega, sintiéndose borracho de la voz de Harry. Sus palabras le nublan el juicio, su cuerpo grande y erguido sobre el suyo, sus labios gruesos, su olor a lluvia y truenos. Todo en ese hombre lo devasta, incluso sus susurros le remueven por dentro como un huracán.

—Siento magia León, siendo exactamente lo que siempre pensé que sentiría cuando me enamorase.

—¡No puedes decir eso! —chilla León escandalizado, intentando huir de debajo suyo, de la cama, del castillo incluso. Quiere correr lejos esas palabras no se aten a su corazón, pero Harry le toma de las muñecas y lo empuja contra la almohada, sonriéndole de esa forma en que solo un príncipe soberbio puede. Esa sonrisa ladina y pilla, propia de alguien que está acostumbrado a obtener todo lo que quiere, no como León.

—¿A no? —pregunta retador, alzando una ceja, batiendo las pestañas color tierra. —Estoy enamorado de ti, estoy enamorado de ti, estoy enamorado de ti —susurra cada vez más ronco, cada vez más cerca, hasta que sus bocas están a un mero centímetro de encontrarse. —. Vaya, parece que sí puedo decirlo.

—¡Pero no deberías! —dice León totalmente estresado, luchando contra los fuertes dedos del alfa mientras este le deja besos en la nariz con una inocencia y una ingenuidad que el omega sabe que no puede permitirse. —Harry, esto no está bien. —masculla, girándole la cara.

—Yo me siento muy bien contigo ¿Por qué no iba a estar bien? —responde el príncipe, soltando a León y quitándose de encima suyo cuando nota la seriedad en su voz y que empieza a resistirse contra su agarre sin juegos. —¿Tú no te sientes bien?

León sale de la cama, quedándose parado con las manos temblorosas y el pecho subiéndole y bajándole demasiado deprisa. Harry nota las gotas de sudor en su rostro, la palidez de sus labios y la forma en que su línea de agua soporta lágrimas que se resisten a la gravedad. Quiere levantarse, lamer la mejilla de León, ronronearle en los labios y abrazarlo hasta que se le cansen los brazos, pero León luce como un conejo blanco a punto de huir: tan estresado, pequeño y lleno de rechazo en sus ojos grandes, su nariz rosada y su cuerpo suave.

—Claro que me siento bien, pero no está bien por eso mismo. Cuando se te pase... ¿Tienes idea de lo mal que lo pasaré? No quiero esto, mi príncipe, si estás enamorado no quiero saberlo.

—¿Cuándo se me pase? —escupe ofendido, poniéndose en pie frente al muchacho y eclipsando su figura con su enorme cuerpo. León da un paso atrás. —No estoy enfermo, León, maldita sea, estoy enamorado ¿Me oyes o te lo tengo que gritar?

—No. No quiero oírte. No quiero oír eso más. —niega frenéticamente, cerrando sus ojos y tapándose los oídos.

El alfa siente que todo duele, le duele el cuerpo, le duele el aire que exhala, le duele hasta el suelo que pisa, como si su dolor tuviese tentáculos que atrapan todo lo que le rodea para alimentar a la bestia. Sus feromonas riegan toda la estancia, un aroma fuerte y denso que pronto da problemas a León para respirar. Harry nunca ha amado y nunca ha sido rechazado y el resultado es un cóctel que mezcla la vergüenza y la ira. Las manos del omega agarra el pomo de la puerta, pero Harry le detiene. No le agarra de la cintura como el picor de sus manos demanda, no le muerde el cuello como quemazón de sus encías piden y no aprieta su cuerpo contra el del pequeño como el frío de su piel demanda, solo coloca la mano sobre la puerta y se inclina hacia León, reteniéndolo.

Garras de omega [EN AMAZON]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora