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Harry pasa el día en silencio, tirado en la cama e incapaz de comer o de dormir. León está a su lado todo el rato, acariciándolo, besándolo y al final, cuando cae la noche, el alfa le corresponde en un ósculo cuidadoso, lleno de temor, de incertidumbre. León trata de tranquilizarlo y le susurra cosas bonitas.

—Te amo tanto, mi alfa bonito.

—Tienes la boca de miel, dulce, dulce, dulce —le dice el alfa en respuesta, dándole pequeños besos entre cada palabra, enterrando sus ojos porque las pupilas no quieren separarse de los cercanos labios. —. Me haces sentir como si no todo fuese tan malo, cariño, te amo muchísimo. Ojalá yo hubiese podido estar ahí cuando perdiste a tus seres queridos para consolarte como tú lo haces. Oh, mi omega, te habría tomado entre mis brazos y no habría dejado ni un solo pedacito de ti sin besar. Te habría acariciado hasta dejarme las manos en ello, mi omega.

—Entonces hazlo de todos modos, tenemos toda una vida por delante juntos como para que me beses y acaricies entero. —ronronea León complacido, subiéndose a horcajadas sobre él para acercar sus bocas y dejar que una cortina de cabellos blancos tape sus sonrisas.

—Lo prometo, mi lobito blanco —susurra sobre sus labios, buscándolos con desespero.

Y entre suaves sábanas, suaves susurros, suaves síes entre suaves besos, Harry se queda dormido. León tarda un poco más, se siente inquieto, le rondan cosas malas por la cabeza y cuando va a dormir no puede parar de girar en la cama, se siente sofocado, luego frío, se tapa y la manta le oprime, pero sin ella se siente desamparado. No es capaz de descansar y cuando el sol empieza a salir y Harry duerme tan bien como un bebé el chico decide irse de la habitación para no despertar a su enamorado. Antes de ello huele las flores que Harry ha dejado en agua para él, su favorita es la más sutil, esa especie de rocío de la noche de color blanco; se pregunta si en tierras de lobos negros llaman a esa flor rocío del amanecer o algo así, se dice que tiene que acordarse de preguntárselo al despertar, pero finalmente el agotamiento lo deja dormido como un tronco.

Ambos despiertan poco después del amanecer. León se levanta alarmado cuando escucha un grito y al voltearse hacia Harry lo ve con los ojos exorbitados, jadeando y el cuerpo dorado recubierto de largas gotas de sudor, pero aun así con la piel erizada.

—Mi príncipe ¿Qué sucede? —pregunta desesperado, acercándose para ponerle las manos en las mejillas y hacerlo girarse hacia él.

Tan pronto lo toca, Harry parece volver de un horrible lugar a la vida real. Sus párpados caen un poco, las deformes líneas de su cara desdibujan el visaje de temor y su expresión se torna suave y taciturna. Harry niega con una sonrisa irónica en la cara y sus mofletes poniéndose rojos.

—Que bochornoso, he tenido una pesadilla —explica, llevándose una mano a la frente para secar el sudor. —. Ni siquiera soy capaz de recordar que he soñado, aunque me lo imagino, pero todo el cuerpo me sigue temblando.

El omega hace un puchero al oír la voz de Harry tan débil y temerosa, como si se tratase de un cachorro y entonces voltea sus manos en la cara de Hary para tocarle la piel con el dorso en vez de con la palma.

—Oh, mi amor... creo que incluso te ha subido la fiebre. Debe ser todo el estrés ¿Puedes tomarte un día libre, Harry? Me preocupa que no tengas tiempo para descansar. —pide con un tono lleno de preocupación. Harry frunce un poco el ceño y le toma la mano a León, empezando a besarle las puntas de sus diminutos dedos, como siempre hace.

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