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—¿Q-Qué? —pregunta el omega, tragando saliva, incrédulo. El sudor hace que la espada casi se le resbale de las manos y Nath cae de rodillas al suelo, sosteniendo sus heridas como puede. El lobo que tiene en frente lo acorrala poco a poco, pero no lo ataca.

—Puedes pasar, Gran Wurf, solo queda un omega incapaz de luchar y un soldado novato demasiado herido. Los omegas y los niños están en la sala de médicos. —dice Gerard sin miramientos.

—¡¿Qué?! ¡No! —grita el muchacho, alzando su espada contra Gerard. El lobo que tiene en frente se interpone, protegiendo al pelinegro.

León lo mira con incredulidad, a punto de llorar, y entonces escucha los pasos de algo grande, aterrador, acercándosele por la espalda, pero la rabia vence al miedo y pese a que el olor del alfa que tiene detrás podría paralizarlo, no se detiene. León finge que atacará al gran lobo que tiene delante clavando la espada en su cabeza y cuando el animal dirige un mordisco hasta sus manos él se aparta, aprovechando su posición erguida para pasar bajo su mandíbula, esquivarlo, e ir a por el pelinegro.

Gerard no hace el más mínimo amago por moverse lejos de su ataque, solo lo mira desde arriba, con una ceja alzada, como si León estuviese jugando.

Para. —dice con voz de mando, apartando la mirada un segundo después, como si el omega se hubiese evaporado.

Su rostro se deforma con horror cuando León logra resistir la orden y le da un enorme tajo en el brazo.

Gerard se aleja, blande su espada y mira con una expresión molesta el chorreón de sangre que le baja desde el hombro hasta el codo. No es grave, pero le enfada que ese omega haya logrado hacerle semejante herida porque definitivamente dejará cicatriz.

—Basta de juegos de niños, Gerard, o mataré al omega. —dice una voz aterradora tras León, una voz que suena profunda, venida del fondo de una horrible caverna, y que pronuncia las letras con un acento que ruge las letras vibrantes y se detiene poco en las eses.

Se voltea, congelado, y observa al llamado Wurf. Un hombre que parece imposible: más alto y corpulento que cualquier lobo negro que haya visto nunca y es que no es ninguno de ellos, su melena y barba rubias lo certifican, así como también sus fríos ojos ceniza y el uniforme rojo como la sangre que le cubre el pecho y las piernas, parecido al de los Kez.

—¡Atrás! ¡¿Quién eres?! —chilla León, apuntando con la espada al enorme alfa. En su camino el lobo dorado se halla con Nath, que lucha por ponerse en pie y alcanzarlo.

León siente que volverá a vomitar cuando el enorme lobo alza su pie y rompe la cabeza de Nath contra el suelo. Su cráneo queda todo desparramado, como si hubiese aplastado un insecto, y el cuerpo está tan quieto que es grotesco, con los dedos a unos centímetros de la espada y las piernas que intentaban arrodillarse cayendo blandamente al suelo, deslizándose en su propia sangre. León no puede contener su rabia, el lobo podría fácilmente haber ignorado a Nath, con sus heridas bien sabía que no se habría levantado ni aunque el rubio cruzase la sala a paso de tortura y aun así se ha detenido para matarlo ¿Por qué? Él ni siquiera era una amenaza o una molestia, estaba incluso un poco apartado a su camino, aunque a su vista. Lo ha hecho solo porque ha podido.

León lo odia, lo odia con todo su ser. Odia a los alfas que creen que el poder significa hacer lo que puedes solo porque puedes. Matar porque puedes, violar porque puedes, robar, esclavizar, torturar... solo porque puedes. Odia a esos seres horribles que parece que constantemente estén tratando de demostrar, de ostentar, que constantemente necesitan sangre y lágrimas para reafirmar que siguen siendo más fuertes. Odia que el poder no sea algo que se gestiona para el bien, sino un desastre que deja horribles estragos a manos de hombres que, por poder, no pueden siquiera controlarse. Ellos no tienen poder, piensa León, porque no pueden contenerlo. El poder se les escapa de las manos, de las garras, por eso lo persiguen constantemente, asolando la tierra por la que pasan. Harry tiene poder, lo contiene, él podría matar, saquear y ultrajar, pero guarda a buen recaudo toda su violencia y la desata solo cuando lo requiere, sin dejar que ella tire más de él que él de ella. Pero Wurf... León lo ve igual a que los Kez: un alimaña salvaje esclavizada por las invisibles cadenas de la avaricia, de la superbia y la crueldad, un animal con un collar amarrado al cuello que lo tira de aquí para allá. Una bestia incapaz de entender un <<no>>, incluso si ella misma lo dice. Pero esa clase de esclavos es la única que no le da pena a León, solo asco.

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