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Narra Travis

Se que la estoy rompiendo. Se que no se merece esto. 

El silencio que nos rodea no es incómodo, es sofocante, irritante, nauseabundo. Es un ahogamiento de sentimientos contradictorios que van y vienen en nuestras cabezas. Creo que no llegamos a conocernos bien, tal y como la sociedad lo dicta, no llegamos a saber cual era el color favorito del otro, o el número de la suerte que nos protegía a cada uno. 

No sabemos mucho del otro en ese sentido. 

Pero en sentimientos, en las formas de pensar, en nuestras ilusiones y nuestros sueños, así como decepciones y miedos. Maldita sea si eso no es lo más profundo que conocemos el uno del otro. Si con solo una mirada afligida o ilusionada, si con este silencio no estamos diciendo todo, sin si quiera mirarnos, sin reconocernos en los ojos del otro. No es necesario, porque yo se lo que ella tiene en mente y ella sabe lo que yo tengo en la mía propia. 

Y son cosas tan diferentes. 

El primer día lo pude ver en su expresión y el segundo tal vez. Pero luego con la distancia que yo impuse, pude ver como aquello iba desapareciendo poco a poco, al igual que ella, escapando, huyendo, literalmente. La esperanza. El deseo del reencuentro, un reencuentro como en las peliculas ¿cierto? cómo en los videos de tantos compañeros, cuando llegan a casa y sus novias y esposas lloran de felicidad al tenerlos con ellas, cuando se reencuentran el uno en los brazos del otro, cuando el sueño del regreso se hace realidad, cuando comienzan nuevos sueños llenos de amor, pasión y el deseo de crear un futuro juntos, de superar todo el tiempo perdido, de recuperarlo en unas horas en besos, abrazos y amor. Yo soñaba por ello. Soñaba con aparecer frente a ella en la puerta de su casa, con mi traje militar de gala, con un ramo de flores, una sonrisa y los brazos y el corazón abierto y desángrandose por ella. Evitando que una patrulla del ejército apareciese con la bandera doblada y la gorra del soldado fallecido, dando la terrible noticia. Lo que una vez durante tanto tiempo fue mi alimento y mi deseo de lucha. Pero ahora me pregunto, si tal vez eso hubiese dolido menos. 

Si al menos ella tuviese en sus manos esa bandera doblada y un lugar en el que llorarme. Porque yo necesito un lugar para llorar por lo que perdimos. Necesito un santuario, un monumento de paz. 

Quema por dentro. 

Un batallón de pensamientos que rechazo durante el día y me retuerce por la noche. La oscuridad como mi peor enemigo, la desesperación, la falta del orgullo por mis actos que una vez llevaba como coraza, la imposición del miedo, la subyugación de la hipocresía que recrea la guerra en cada uno de nosotros, soldados, que vivieron allí, que perdieron no solo la versión real de la vida si no que también perdieron a las personas que esta te otorga. 

Entonces, mi pregunta es;

¿Qué me queda? ¿Por qué lucho ahora?

Si Doc pudiese verme ahora, si supiese los pensamientos que merodean mi cabeza, lo describiria como razonamientos negativos suicidas. Si, cuando son suicidas, suelen ser negativos. No puedo encontrar un pensamiento suicida positivo. 

Pero eso no es lo que busco. No es lo que quiero. Solo necesito algo, algo por lo que luchar, algo que me alimento por dentro, que haga renacer mi alma. 

Cuando me aliste para aquella noche, mi sargento dijo;

"Aunque tu cuerpo regrese intacto, tu nunca volveras"

En ese momento no lo comprendía. No sabía a qué me estaba exponiendo, ahora si. 

A perder mi alma. 

Creo que durante aquella noche, con aquella chica, fue la primera vez que recé, que me puse de rodillas ante un Dios que no hizo nada por los inocentes. Y fue en vano. Por supuesto. ¿Por qué si no permitiría la prostitución de los niños? ¿Sus matanzas?¿Sus agresiones?¿Sus violaciones?

No perdí la fe en Dios, porque en realidad nunca la tuve. 

Perdí la fe en la humanidad, en el bien que debía habitar en cada ser humano. 

No vi solo la muerte en la destrucción y los cuerpos sangrantes, despedazados y quemados. Los vi en la mirada de aquella muchacha. Laysha.

Lo vi en los ojos de los rebeldes, el poco valor de la vida humana que profesaban, nunca ves la muerte tan de cerca como en los ojos vivos de esas personas. Sin brillo, sin honestidad, sin humanidad, al fin y al cabo. 

Y sabiendo todo esto, viendo todo lo que ví, ¿cómo puedo ofrecerle algo a la mujer que se sienta a mi lado? ¿la mujer que una vez fue mi santuario? La mujer en la que se ha convertido con el paso de estos años. No, el polvo no puede tocarla, jamás dejaré que una pequeña mota de este se adhiera a su hermosa piel, ahora bañada por el perfecto sol. No puedo hacerlo, porque todo lo que encuentro en mi, es polvo. 

Ya no sueño por conocerla, no sueño con besarla, no sueño con hacerle el amor noche tras noche. No sueño con despertar a su lado ,decirle todo lo que la amo. Porque ese amor está manchado, está infestado del odio que llevo dentro de mi. De la propia repugnancia que siento por mi mismo. 

Así que ¿qué es esto? ¿qué es esto para mi? ¿qué es esto para ella? ¿Una cárcel? No, nunca le haría eso a ella. 

Me levanto pero no me giro, no la miro. 

Con este pensamiento. 

Tiro la llave de la celda. 

Me despojo de ella. 

Como cierre. Para los dos. En dos palabras, en una frase, doy la sentencia, doy el final.

- Lo siento. 

Las palabras salen gélidas, sin los sentimientos de la desesperación y la rotura, sin el sonido del chasquido que se produce en mi pecho. 

Y solo así me doy la vuelta, y camino hacia el pasillo de las habitaciones. Sin mirar atrás. 

Lo último que escucho antes de cerrar la puerta es un meláncolico sollozo. Un grito silencioso de agonía, frustración.

Un grito por la pérdida de la fe. 

Como mi tintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora