Capítulo 2

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Muy bien. Lo sé. Tengo que explicar una cosa: Operación Cupido.

Dos años antes

—Vamos Eli. Todos los chicos quieren que seas su novia y ¿tu estás interesada en el único que no te mira siquiera?

—¿Cuántas veces te lo tengo que decir? Es precisamente por eso que me interesa. No se fija solo en las apariencias, es muy lindo, tierno, amable, divertido...

—Sí, pero no contigo.

La fulminé con la mirada. Después de un rato añadí:

—Pues lograré que lo sea.

—Ajá.

Se estaba maquinando un plan en mi cabeza.

—Becky, hay muchas clases de chicos.

—No me digas.

—Y sabemos a la perfección cuál es Derek, ¿no?

Becky levantó la vista de su plato y clavó sus ojos verdes en mí, como si no me reconociera.

—Ese brillo en tus ojos... se ve peligroso.

—¿Me ayudarás?

Ella lo dudó un momento, y luego sonrió.

Así empezó todo: un chico que me gustaba, pero que no me prestaba atención, mientras todos los demás estaban detrás de mí suplicándome con ramos de rosas. Tenía que conquistarlo, y me lo conocía como la palma de mi mano. Con Becky empezamos a trazar un plan como Dios manda: un claro objetivo, con distintas fases de operación y diferentes estrategias.

Y lo logré. Un mes después, Derek Brown me estaba invitando a salir. Creo que en esos momentos me sentí como la persona más feliz del planeta. Fue una bonita relación... de cuatro meses. Un día, simplemente me dijo que ya no sentía lo mismo y... patapús, me dejó plantada. Estuve llorando como una banshee por mucho tiempo, hasta que Becky me dijo que tenía que divertirme y dejar el pasado atrás.

—No estoy lista —le contesté.

—Dios mío, amiga. Dije divertirte, no salir con otro chico. Elisa, Derek no murió, no tienes por qué estar de luto.

Suspiré.

—Pero...

—No, nada de peros —me interrumpió—. Además, no puedes estar llorando por ese asqueroso mund...

Se calló ante mi mirada.

—Eli, tú sabes que el hombre perfecto es una criatura desconocida encerrada en los libros, ¿no?

Logró arrancarme una sonrisa.

—Pero tiene que haber algún Peeta Mellark en el mundo. —repliqué.

—Sí, el del libro.

Me reí.

—¿Sabes? Te lo voy a demostrar —me dijo tan seriamente que me asusté.

—¿El qué?

—Elige a un chico. —dijo señalando el comedor.

—Becky, ¿de qué hablas?

—Elige. —repitió impaciente.

Se me ocurrió lo que estaba planeando hacer.

—Ese de allá —dije señalando a un chico de ojos verdes y cabello negro.

—¿El doble de Harry Potter?

Me reí de nuevo y asentí con la cabeza.

—Bien.

Se levantó de la mesa, se soltó el cabello dejando sus rizos rubios caer sobre su espalda, se dirigió con paso firme hacia el grupito del individuo en cuestión y saludó mostrando una enorme sonrisa. El efecto fue inmediato: todos se quedaron callados y la examinaron de arriba a abajo sonriendo como estúpidos.

«Hombres», pensé.

No escuché lo que decían, pero Becky no paraba de juguetear con su pelo y terminó sacando su teléfono y pasándoselo al señorito ojos verdes. Este lo tomó y supongo que anotó su número, mientras sus compañeros lo miraban como si quisieran asesinarlo. Mi amiga recibió nuevamente el móvil, le guiñó un ojo y se devolvió a mi mesa con las cejas alzadas.

—¿Qué te dije?

—Muy bien, ¿y qué sigue ahora? —pregunté.

—Esperar a ver cuánto le dura la bobada. —respondió como si nada.

Sonreí. Tenía la mejor amiga del mundo. Y resultó que también tenía razón: a los tres días Harry Potter la invitó a comer. Becky aceptó y pusimos un walkie-talkie en su cartera de modo que yo escuchara todo. Se estuvieron coqueteando todo el tiempo, y al final el muy idiota se le declaró, diciéndole que desde que la había visto supo que era ella y blablablabla... Ya conocen el resto de la basura que se inventan.

El caso es que Becky le dijo que no quería nada con él aún, que era muy pronto, y al día siguiente lo encontramos coqueteando con otra.

—Te lo dije. —repuso mi amiga con voz cantarina.

—Lo sé —respondí.

—Ahora es tu turno.

—¿De qué?

—No me digas que no planeas una dulce venganza.

Lo medité un rato.

—De acuerdo.

Así que empezamos a ir a las fiestas, elegíamos a nuestro objetivo, lo examinábamos, creábamos el plan y apostábamos sobre qué tan rápido caería rendido a nuestros pies. Incluso empezamos a competir, de quién lo lograría conquistar primero. Ya sé lo que están pensando: que era muy cruel por nuestra parte, pobrecitos los chicos enamorados, los ilusionábamos y luego les rompíamos el corazón.

Pues les tengo una noticia de última hora: muy pocos chicos tienen corazón.

Y aún así nos ganamos nuestro título: Elisa Windfrey y Rebecca Sumpter, las hijas de Afrodita, las rompecorazones, las cómplices de los querubines, etc, etc, etc...

Cuando ella se fue, dejé de tomármelo tan en serio; al fin y al cabo las hijas de Afrodita éramos dos. Supongo que esa fue también una de las razones por las que acepté tan fácil y rápidamente el nuevo objetivo.

Solo que esta vez Becky me llevaba delantera. Sabía hasta qué clase de dulces le gustaban, y aun así nunca le había hablado. Pero Andrew Collins no era como nuestras anteriores conquistas, se notaba a leguas. Era uno de esos chicos difíciles con las que no se podía saltar ninguna etapa en la operación.

Etapa pre-conquista: Conocer al objetivo.

Becky pensaba que ya tenía esa fase más que asegurada, pero no fue así. Realmente no le sirvió de nada.

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