—¡Elisa Sophia Windfrey! ¡¿Me puedes explicar qué demonios es esto?!
Me removí, molesta, y entreabrí los ojos lo suficiente para ver a mi hermano parado frente a mi cama, con los brazos cruzados y un brillo asesino en la mirada.
—¿Qué demonios es qué? —murmuré, somnolienta.
Apenas las palabras salieron de mi boca caí en cuenta: su pecho pegado a mi espalda, su respiración en mi nuca, su brazo rodeándome la cintura y nuestras manos entrelazadas...
«Ay, Jesucristo. Estoy muerta»
Me incorporé de golpe provocando que Nathan se despertara con un respingo y por poco se cayera de mi cama.
—Chris, te juro que... —empecé.
—Maldita sea, Nathan —interrumpió él acercándose a la cama en dos zancadas y con un puño en alto—. ¡Que tengas mi aprobación para ser su futuro esposo no significa que tengas derecho a quitarle su virginidad! ¡Y mucho menos sin mi permiso!
A pesar de que la situación estaba poniendo en riesgo mi vida, me ofendí. ¿Permiso para perder mi virginidad?, ¿quién demonios se creía que era?
«Tu hermano...»
Cállate, maldita sea.
Nathan levantó las manos.
—Whoa, whoa. Cálmate, Chris. ¿Cómo se te ocurre pensar...?
—¡¿Que cómo se me ocurre?! ¡Estás en la cama con mi hermana! ¡¿Qué demonios quieres que piense?!
—¡Sí, con ropa por si no te has dado cuenta! —gritó Nathan señalándonos.
Chris abrió la boca para decir algo más, luego clavó sus ojos en mí y me recorrió de arriba a abajo.
—Sí, pero... Pero... Pudieron haber... ¡De igual manera no...!
—Por favor Christopher, ¿no me conoces?, ¿es que no...?
—¡No! Esto jamás me lo hubiera esperado y mucho menos de ti.
—Oigan —intervine—, es...
—¡Tú no hables! —exclamaron los dos al unísono.
Fruncí el ceño. Se estaban peleando por mí, pero yo no podía hablar.
—Es que... Dios, Nathan. Eres mi amigo y sabes que me encantaría verlos juntos, pero... ¡Por favor!, ¡es algo importante! Siempre hemos confiado el uno en el otro y no puedo creer que algo como la virginidad de mi hermana lo hayas pasado por alto. ¡Tendrías que habérmelo dicho!
—¡Demonios, Chris! Ya te lo repetí mil veces, pero si tú tampoco confías en mí lo suficiente como para creerme...
Hice una mueca de disgusto. ¿"Siempre hemos confiado el uno en el otro"?, ¿"si tú tampoco confías en mí lo suficiente como para creerme"? Puaj... ¿Y nosotras éramos las cursis?
—Primero, no me acosté con tu hermana —continuó Nathan—. Segundo, ella ya no es...
Abrí los ojos como platos y le di un puñetazo por debajo de las sábanas. Él no se molestó en disimular: se quejó en voz alta y me miró con el ceño fruncido.
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Fléchame
JugendliteraturSi estás leyendo esto, hay unas cuantas cosas que debes saber. Existen muchas clases de chicos: tenemos a los que solo les importa si eres bonita y estás dispuesta a salir con ellos, los que te cambiarán de la misma forma que cambian de ropa todos l...