Una semana después, ya habíamos sacado todo de sus cajas y habíamos comprado parte del mobiliario. Mis preciosos libros estaban perfectamente ubicados en su nueva estantería, y tuve que ayudar a Chris para que entendiera cómo aprovechar el espacio. Después de un rato, su televisión y sus mil consolas quedaron posicionados de manera impecable. Así que, adiós vacaciones temporales, hola escuela.
Tuvimos que hacer un papeleo con el director y después de un abrazo de oso de mamá, entré a mi primera clase: Literatura. Qué emoción.
El papeleo me retrasó un poco, de modo que cuando entré, la clase ya llevaba unos veinte minutos. El maestro se interrumpió a media oración de la literatura renacentista y se quedo mirándome con el ceño fruncido.
«Oops», pensé.
Esbocé mi mejor sonrisa y expliqué la tardanza haciendo uso de un amplio vocabulario.
—Oh, sí. La chica Windfrey —dijo echándole un vistazo a la lista, como si fuera la cosa más repulsiva que hubiera visto—. Los padres están locos. Cambio de instituto cuando ya ha empezado el ciclo....
Siguió murmurando un montón de cosas que no entendí. Me senté en un puesto vacío sin hacer caso de las miradas que mis nuevos compañeros me dirigían.
—Bueno, decía que en el Renacimiento... —prosiguió.
Le presté atención a cada detalle de la clase y, restándole importancia al hecho de que acababa de ingresar a la escuela, respondí todas las preguntas, añadí unos cuantos comentarios de los libros que elogiaba el maestro y... Voilà. Al terminar la clase me estaba preguntando si me gustaría formar parte del grupo de literatos y diciéndome que cuando me apeteciera podía ir a su casa a tomarme un té y a hacer una tertulia.
Excelente, la primera clase había salido de maravilla. Empecé con el pie derecho. En cuanto a interacción social... Apenas sonó la campana del cambio de hora tuve a todo el curso reunido en corrillo alrededor de mi escritorio. El que no hubiera sido cohibida había ayudado a llamar la atención en el acto.
Segunda clase: Biología. Faltaban 2 minutos para que se acabara la hora cuando la puerta del laboratorio se abrió de golpe. Estaba demasiado ensimismada en mis observaciones como para levantar la vista.
—Otra vez, Sumpter —exclamó la maestra, irritada—. Ya es la tercera vez en la semana que llegas tarde a mi clase.
«Sumpter. Qué coincidencia. Igual que...»
—Lo siento mucho, profesora.
Levanté la vista de golpe, tan repentinamente, que el chico que estaba a mi lado estuvo a punto de dejar caer todas las muestras.
Sí, no había ninguna duda. Tenía a mi mejor amiga justo ante mis ojos, y ella ni siquiera había reparado en mí. Siguió dándole excusas a la maestra de la misma manera que lo hacía cuando teníamos siete años. Esa mirada de cachorrito herido, mientras jugueteaba distraídamente con sus rizos rubios.
Sonó la campana.
—Ay, no —exclamó ella con la misma voz de siempre—. Se lo compensaré, profesora. Lo prometo. Mañana mismo le entregaré una redacción de... ¿quinientas palabras?
Sonreí, mientras un recuerdo se venía a mi mente a la velocidad de un rayo.
—Ya rápido, entra Becky.
—No puedo. Todavía no sé qué excusa darle al profesor, Elisa.
—Pues dile la verdad.
—¡No!, me mataría.
—Vamos, no es tan grave.
—Claro que sí, son las 9:24 y se supone que entramos a las 9:20
ESTÁS LEYENDO
Fléchame
Teen FictionSi estás leyendo esto, hay unas cuantas cosas que debes saber. Existen muchas clases de chicos: tenemos a los que solo les importa si eres bonita y estás dispuesta a salir con ellos, los que te cambiarán de la misma forma que cambian de ropa todos l...