Capítulo 41

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—¿Sabes qué? Cambié de idea. No es tan emocionante si tú quieres ir por tu cuenta.

Antes de que pudiera poner los ojos en blanco, Andrew me tapó la boca con la mano y me alzó.

—En serio, ¿cómo demonios haces, ah? —me preguntó dejando nuevamente libre mi boca para poder sostenerme bien y sopesándome—. No pesas nada.

«No es que no pese nada, idiota, es que tú eres muy fuerte», pensé, pero no lo dije.

—Andrew, no es la manera más inteligente de llevar a cabo un secuestro en pleno pasillo escolar, con todos los alumnos mirando y con el objetivo de escaparte sin que nadie se entere. —apunté sin molestarme en entrar en pánico por no tener los pies en el suelo.

—Jamás dije que no quería que nadie se enterara —exclamó caminando tranquilamente hasta el estacionamiento—. Le da más emoción.

—Te importa un comino la emoción, solo te estabas muriendo por llevarme en brazos —le dije sin hacer ningún intento de escape.

Él se rió, maniobró un poco para abrir la puerta y me sentó en el asiento de copiloto.

Touché.

Sonreí, y luego me encargué de utilizar un poco de embrujahabla (como ya lo había bautizado Andrew) con el guardia para que nos dejara salir sin el permiso firmado.

Resultó que la brillante idea de Andrew era ir a ver una película y no dejarme pagar ni un solo centavo. Y finalmente sí que fue brillante, porque la película me encantó, y además duró el tiempo exacto que Andrew tenía planeado sobrevivir. Justo cuando salimos de la sala, su celular empezó a sonar como loco. Él suspiró y contestó:

—Hola mamá.

—¡Andrew Thomas Collins! —incluso sin altavoz pude escuchar perfectamente la voz de su madre—. ¿Qué demonios fue lo que hiciste?, ¿como se te ocurre, ah?, ¿ese es el ejemplo que quieres darle a tu hermana? Enviaste a un chico al hospital, ¡y ni siquiera te molestaste en mencionar una palabra!

—Mamá...

—¡Silencio! ¡Estoy muy decepcionada, Andrew! Nada, absolutamente nada, justifica lo que hiciste y...

Andrew posó sus ojos en mí, y moduló un "te lo dije". Sonreí débilmente.

—Y además... —continuaba la cantaleta—. ¿Sabes qué? ¡Tenemos que hablar en persona! ¡Voy en este instante a tu escuela!

Andrew casi se atraganta con su gaseosa.

—¿Qué? ¡No, no, no! Mamá, no...

Demasiado tarde. Ya había colgado la llamada.

—Ahora sí que estoy muerto. —suspiró.

Sonreí.

—Conque Thomas, ¿eh?

Él estrechó los ojos hacia mí y levantó un dedo en advertencia.

—Ni una palabra, ¿de acuerdo? Detesto ese nombre.

—¿Por qué? Es bonito. —repuse.

—¡No! Es horrible, ni siquiera combina. Andrew Thomas... —bufó.

Me reí.

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