Capítulo XXV (parte 2)

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Camille

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Camille

—Te haré mía —advierte con la voz ronca y sé que no está jugando.

Intento replicar algo pero sin previo aviso sus labios se estampan con los míos, el mundo se reduce a su boca porque vuelve a arrebatarme el aliento de golpe y me quita cualquier soporte que creí haber tenido, el beso no es romántico, no es tierno, ni mucho menos cálido. El beso es exigente, áspero y cargado de deseo, este maldito deseo que me quema por dentro cada vez que lo tengo a milímetros de mí y ya no quiero reprimirlo más.

Las fuerzas se me han acabado, quiero dejarme llevar por lo que siento y ceder a la tentación que me incita este demonio.

Mis labios corresponden automáticamente a su ritmo, me besa con aspereza y se deleita con el sabor de mi boca al tener nuestras lenguas luchando entre sí. Me pierdo en el momento, jadeo en respuesta y las pulsaciones se me disparan. Con ambas manos me alza, mis pies ya no sienten el piso, y me sostiene en sus brazos mientras me sonríe con ese deje de perversión que me quita el racionamiento.

Nos acercamos a la cama, él no deja de besarme como lo haría una persona hambrienta que no puede satisfacerse, me recuesta sobre el colchón y aún así, se aferra a mis labios mientras comienza a desvestirse desesperadamente, como si la ropa le quemara la piel y quisiera deshacerse de esta lo más pronto posible.

Mis pulmones gritan desesperadamente por oxígeno, necesito respirar así que rompo el beso, no obstante, eso no nos detiene y seguimos perdidos en el momento porque sentimos que si dejamos pasar el tiempo o si tan siquiera nos detenemos, la magia se irá y el momento acabará cuando la realidad se acentúe y me haga saber que estoy cometiendo el mismo error de siempre.

Sus ojos endemoniados me reparan con ese brillo malicioso que crispa el iris verdoso. La ropa cae en algún lugar de la habitación, se acerca a mí y sin darme tiempo de reaccionar, rompe mis bragas dejándome expuesta ante su mirada hambrienta.

Hago el amago de cubrir mi desnudez pero me toma de las manos y niega con una sonrisa que irónicamente me reitera que estoy haciendo lo correcto.

—No tienes porque avergonzarte de mí, Camille —dice él cuando se percata de mi vacilación—, eres jodidamente preciosa y tu desnudez es una obra maestra que estoy muriendo por venerar —mi corazón late de manera desenfrenada y entonces me da un beso corto en los labios antes de esbozar media sonrisa.

Me estremezco entera y la sangre me sube a las mejillas, al tiempo que mi corazón galopa con fuerza y por un momento sospecho que se va a salir de la caja torácica. Alexander empieza a trazar un camino de besos húmedos en mi abdomen que descienden tortuosamente a mi sexo, el cual se encuentra palpitando con la necesidad de sentirlo.

Agitada, contengo la respiración, él se relame los labios y hunde la cara en mi entrepierna, sacándome un jadeo de expectación.

Levanta la mirada, las hebras negras alborotadas le cubren el rostro, pero aún así nuestros ojos se encuentran y mi estómago da un vuelco arreciando los latidos de mi corazón, tengo la respiración inestable y eso lo hace sonreír airoso, cómo si estuviera satisfecho consigo mismo.

No estoy lista para soltarte (+18) ✔️©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora