Capítulo XXX

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Camille

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Camille

Parpadeo varias veces mientras me obligo a abrir los ojos, intentando acostumbrarme a la tenue luz que se filtra por los orificios de la habitación en donde me encuentro.

Me enderezo sobre la cama lentamente. La siesta estuvo extrañamente cómoda, sin duda necesitaba descansar, o tal vez sólo necesitaba un respiro de todas mis preocupaciones.

Bostezo y me paso la mano por la cara antes de empezar a inspeccionar la habitación, no obstante, mi mirada se detiene abruptamente en una silla en dónde se encuentra mi esposo, sentado, viéndome con una intensidad que me hace estremecer.

Incorporo mi cuerpo por completo, deshaciéndome de la sábana que me cubre y trato de ocultar mi confusión de porque diablos yace en esa silla observando en mi dirección como si de un maniático se tratara. Suelto un ligero suspiro y entrecierro los ojos tratando de leer su expresión ya que su mirada me grita que me puede atravesar hasta el alma.

¿Me habrá visto dormir? No, no lo creo, pero entonces, ¿qué hace ahí?

No permanecemos en silencio por mucho tiempo ya que rompe la magia de nuestras miradas cuando entreabre los labios para entablar una conversación.

—Buenos días, Camille —la sutileza de su voz es fascinante, un suspiro entrecortado abandona mis labios sin que pueda evitarlo.

Me obligo a pasar saliva. Él sonríe por su parte y enarco las cejas, confundida, no sé a qué se debe su buen humor.

Todo es tan extraño con él.

—Buenos días, Alexander —imito su acción, él se levanta de la silla sin dejar de repararme con la mirada y eso me hace sentir más nerviosa de lo que me gustaría admitir—. ¿Qué hora es? ¿Ya aterrizamos? —pregunto somnolienta.

Estoy tratando de mantenerme cuerda, lo que parece prácticamente imposible porque solo basta tenerlo a él en una misma habitación para sentir como mi cuerpo se tensa por completo.

—Es tarde pero todavía no hemos llegado a nuestro destino, te la has pasado dormida por más de diez horas —dice mientras toca su mentón con cierta complicidad. Le regalo una mirada gélida, intentando no traicionar ninguna emoción.

—Supongo que estaba muy cansada —carraspeo con dificultad, no sé qué debo decir después de lo sucedido ayer, porque estoy completamente segura que no lo ha olvidado.

—Entonces me alegro de que hayas podido descansar. Aunque, debo confesar que no sabía que roncabas. —Dice él con voz áspera, ocultando una leve sonrisa que hace que me ponga roja al instante.

No estoy lista para soltarte (+18) ✔️©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora