Capítulo I

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Camille

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Camille

Cuando era pequeña siempre solía pensar que cuando me enamorara de una persona todo sería perfecto, tan perfecto como lo es en los cuentos de hadas, donde el príncipe azul rescata a su dulce y amada princesa de las garras del malvado dragón.

Lo sé, era una estúpida fantasía.

Pensaba que por el mero hecho de amar a alguien ellos tenían la obligación de amarte a cambio, me hice a la idea de que la gente se lanzaría voluntariamente a los brazos de aquellos que perjuraban amarlos. Fui una estúpida al engañarme pensando que el amor sería suficiente para que alguien se quedara a mi lado, pero desgraciadamente estaba muy equivocada y caí en la cruda realidad cuando conocí a Alexander Rosselló, el pecado en persona. O como a mí me gustaba llamarlo, el demonio.

Él era el socio de mi padre y el hombre del cual estaba irrevocablemente enamorada.

Empecemos por el principio, ¿de acuerdo? Me llamo Camille Brown y tenía diecisiete años cuando conocí a Alexander Rosselló en mi fiesta de cumpleaños. Era el hombre más atractivo y hermoso que había visto en mi corta vida. Bastó una sola mirada a esos ojos verdes para que me enamorara perdidamente de él.

Me dejó sin aliento como esperaba que lo hiciera. No había vuelta atrás a lo que sentía.

Si alguien buscaba la definición de la palabra perfección podrían encontrarla en él, porque eso es lo que era para mí. Perfecto.

Todas esas tonterías que dice la gente sobre el enamoramiento cobraron sentido cuando le conocí. Todo era mágico, había esas estúpidas mariposas revoloteando como locas en mi estómago, esas de las que la gente habla todo el tiempo. Mi corazón dio un inesperado giro de ciento ochenta grados cuando lo vi sonreír, mostrando sus perfectos hoyuelos a los costados de sus mejillas.

Me sentí como en una película romántica en la que él y yo éramos los protagonistas. Nada más importaba porque había encontrado al hombre de mis sueños y creo que habría arriesgado todo para conseguirlo. Incluso lo que nadie debería arriesgar al amar a alguien.

Su dignidad.

Parece una estupidez, pero creo que todos hemos experimentado al menos una vez en nuestra vida la sensación de estar en las nubes sólo por pensar en alguien. Ese alguien era él y quizás por eso entré a ciegas e hice todo lo posible para que me quisiera como yo lo quería.

Pero como todo lo bueno no dura por mucho tiempo, mis ilusiones se vinieron abajo al enterarme que él era el nuevo socio de mi padre y que tenía veintiséis años.

No estoy lista para soltarte (+18) ✔️©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora