Capítulo XLIII

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Camille

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Camille

Cierro los ojos y los aprieto con fuerza al sentir el agua caer sobre mi piel, se lleva todo el dolor que tengo impregnado en el cuerpo desde hace semanas, toda la frustración, rabia, odio y todo los problemas que parecen no querer dejarme nunca. Se ha vuelto un constante fastidio con el que tengo que lidiar a diario. Y ya no puedo más, me estoy agotando.

Resignada, cierro el grifo de la regadera y salgo de la ducha con las gotas de agua escurriendo en el mármol, envuelvo mi cuerpo en una toalla mientras que con otra empiezo a secar mi cabello, al salir del baño me sorprendo de ver a Alexander sentado en la orilla de la cama, luce cansado y con varias ojeras debajo de sus ojos, no obstante, sigue con ese porte autoritario que lo engrandece, nada puede opacar su belleza, ni siquiera las sombras que nos acechan.

Puedo sentir como mi cuerpo lo pide a gritos, quiero abalanzarme a sus brazos y llorar por horas, simplemente desahogarme con él y decirle todo lo que aprieta mi tórax. Pero me abstengo de hacerlo ya que mi subconsciente me recuerda que tengo que hablar con él antes de siquiera hacer algo y no es de un tema agradable. No quiero hacerlo, tengo miedo de su reacción.

Tengo miedo de perderlo.

—¿Qué haces aquí? Pensé que llegabas hoy en la noche —susurro, acercándome al armario dispuesta a sacar algo para ponerme.

Mi respuesta lo hace tensar sus músculos.

—¿Dónde dormiste, Camille? —su pregunta me toma desprevenida y no tengo que preguntar cómo se enteró, él siempre lo sabe todo.

Debe asustarme que siempre esté al tanto de la situación, pero por alguna razón que desconozco, no me molesta. En absoluto.

—Me quedé a dormir con Sam —mi voz sale extrañamente tranquila, pero solo digo la mitad de lo sucedido.

La expresión de su rostro se endurece. Él se queda callado por lo que parece una eternidad, sus ojos me observan tratando de descifrar lo que está pasando por mi cabeza y aunque mi boca no hable, mis ojos lo hacen, logrando delatarme ante él.

Sé que está tenso, lo sé, pero aún así no ha dicho nada. Y yo tampoco tengo la fuerza suficiente como para contarle todo de una vez por todas, algo me dice que no confiará en mí y no entenderá mi razones. Acabaremos mal.

—¿Por qué no contestaste ninguno de mis mensajes? —inquiere con un tono de voz distinto, sólo puedo percibir la nota de enfado.

Paso saliva y me concentro en él, sintiendo el deseo de decirle tantas cosas, pero el nudo en mi garganta es demasiado grande que hasta respirar me cuesta. Pero si no le digo, solo estaré haciéndole daño, tengo que prevenirlo y decir lo que hice antes de que sea demasiado tarde y el daño sea irreversible.

Tiene que saber mi versión de la historia por mí y por nadie más, tiene que entenderme.

—Estuve distraída estos días —hago el intento de excusarme. Él no se inmuta ante mi respuesta—. Lo siento —me disculpo y sólo fija sus ojos en los míos.

No estoy lista para soltarte (+18) ✔️©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora