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En un día de primavera los nobles solían pasear a carruaje cómodamente, observando como cada flor adornaba su paso con gracia y elegancia, esperando la noche del "Festival De La Primavera" que una vez por año era organizada por la realeza para decirle adiós al invierno e iniciar el festejo de la estación que lo veía nacer todo.

En dicho festejo no sólo había nobles y carruajes por las calles de Ignis, sino también puestos de comida, frutas e incluso de joyería, era la cúspide del mercado, la gente de rango bajo así como los aristócratas de cualquier rango solían disfrutar estás fechas, pues para los comerciantes y plebeyos era la oportunidad para vender su mercancía sin temor de ser molestados y para los nobles era una oportunidad de adquirir productos nuevos y cotizados por otros de su clase.

Sin embargo, para que exista la luz, debe haber oscuridad, y esas eran las personas más desafortunadas que existían en el reino, aquellos que solo podían mirar el oro y la plata desde el rincon de su miseria.
Y para ellos solo había dos opciones, uno; ser ladrones o vender su cuerpo en un burdel o dos, morir de hambre sin pecado alguno.

Y para la niña que miraba el festival desde la entrada de un callejón oscuro, sucia y desnutrida la opción dos era lo mejor que podía hacer. Unos ojos esmeralda apagados, sin vida, sin una muestra de tener esperanzas de salvación, un cuerpo frágil que desprendía un olor a muerto a pesar de estar más viva que el cadáver que había dejado atrás al fondo de ese callejón al que le decía "casa", era su destino morir de hambre.
Siempre creyó que morir así sería su final, que pedir dinero esperando a que un adulto tirará sus sobras para ella era mejor que convertirse en una ladrona o entrar a trabajar de sirvienta en un burdel, lugar hasta donde ella podría ser ultrajada y nadie voltearia a defenderla.

Su vida, su existencia no tenían sentido...
Temblando con un abrigo sucio y viejo en su espalda miraba a los niños pasar alegremente con una manzana de caramelo entre sus dedos mientras ella sostenía una taza de aluminio viejo pidiendo monedas para sobrevivir.

Los cerezos soplaron una y otra vez aumentando su temblor y su angustia, si pudiera morir ya no sentiría el frío en sus pies descalzos, ni su estómago lloraría en el transcurso del día mientras sentía como sus tripas se la comían por dentro, tampoco lloraría durante el día por qué muerta ya no habría adultos crueles golpeándola para alejarla debido a su mal hedor corporal. Sintió envidia del cadáver que dejó atrás deseando estar en su lugar o simplemente hacerle compañía, quizá si compartiera el mismo estado alguien se compadeceria de ella y la enterraria, aunque alguien podría tirarla a un barranco o quizá usar su cuerpo para traficar algo dentro de él, aunque ya lo le importaría estando muerta.

Subió su mirada dócil sutilmente, temerosa de que otra persona en la calle la volteara a mirar y la abofeteara por atreverse a "observar con sus sucios ojos", sin embargo, lo que ella vio esa noche, habría sido el detonante que cambio su vida por completo.

-¡Ay! - Fue el quejido proveniente de un niño de cabello tan rojo como el fuego al caer al piso junto con unas monedas de oro y su preciada manzana de caramelo. La niña sin nombre miro al señorito quejarse del dolor desde el piso para ver cómo una moneda de oro rodaba hasta su lugar.

Tomo la moneda entre sus dedos y por unos segundos deseo esconderla en su ropaje, esa moneda podría matar su hambre durante una semana, quizá podría comprar un permiso para entrar a un campo de flores y cortar algunas para poder venderlas y así multiplicar su ganancia, tal vez así podría comer tres veces cada semana, volvió sus ojos esmeralda hacia el chico quejumbroso a punto de llorar y apretó los dientes con desespero, no, ella era una niña sin padres y a veces codiciaba lo que miraba de esos niños, sin embargo, no era una ladrona.

Lentamente levantó su débil cuerpo del rincon de esa pared dejando caer esa tela vieja. Se paró frente al chico de ojos café y cabello rojizo, sólo para ser observada por el mismo y extenderle su mano para ayudarle a levantarse. El noble sintió un asco inminente debido al mal olor pero aún así acepto el gesto con amabilidad ya que consideraba a las personas como iguales, se incorporó y sacudió su ropa cara solo para sonreírle con gentileza.

ɢᴜᴇʀʀᴀ ᴅᴇ ғᴀᴄᴄɪᴏɴᴇs [SasuHina]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora