IX.

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Artemisa; diosa de la caza.

Las lágrimas brotaban de mí formando pequeños ríos que al llegar a los límites de mi rostro caían como gotas de lluvia en el piso; y es qué el escenario frente a mi era uno del cual hace tiempo yo me había cansado de ver, precisamente por eso no asistí a la reunión de mi padre; pues sabía que acabaría en discusión. ¿Pero que obtuve a cambio de eso y mi inasistencia? Una pelea que se desarrollaba frente a mis ojos, a mi hermano gemelo tirado en el piso noqueado, a mi hermana luchando por su vida mientras la nuca le sangraba, a Ares siendo... Siendo todo menos el Ares que yo si sabía que era realmente.

En aquel momento se estaba comportando como en antaño los mortales lo llegaron a describir, como un salvaje que más que un hombre parecía un demonio. Uno que le daba igual parar, uno que parecía con su altura una bestia sacada de los cuentos de terror que se narran a los niños para dormir. Y lo peor era esa sangre que se cargaba, esa que estaba en sus manos, en sus brazos, en su mismo rostro. ¿De quién o quienes habría sido? No lo sé, pero estaba segura que no eran de el... O al menos no del Ares que el me dejo conocer.

Por un leve instante llegué a creer que mis palabras lo habían hecho entrar en razón, que la cordura había vuelto a él, pero no fue así y terca fui yo creyendo que sería así. El solo volvió a mirar a Atenea y golpeando con su lanza la hoja de la espada de ella iniciaron un duelo, no; un baile en dónde los dos danzaban al ritmo de la música que provocaba el choque del acero contra el acero, en dónde los dos se entregaban de distintas formas a aquel baile mortal.

El dominio lo tenía Ares quien dirigía los pasos hacia adelanté y provocando que Atenea retroceda, pues cuando el alzaba su lanza para atacar desde arriba a mi hermana solo le quedaba desgastarse físicamente cubriendo su cuerpo con la hoja de su arma. De vez en cuando ella podía devolver algunos golpes y tomar iniciativa, pero esos momentos eran tan efímeros que hasta el aleteo de un colibrí quedaba lento ante ella. La ventaja la tenía no Ares, sino el demonio de él, la furia de su carácter, la forma en que lo forjó la guerra. Y aún más importante, el molde del desprecio de todos nosotros...

Hace tiempo yo solo pude dejar de despreciarlo para darle paso a el entendimiento y compresión, para cuando el me salvó; cuando se sacrificó en un mártir para que la furia de la amante no cayera sobre mí. Aún cuando realmente no tenía porqué.

Pero ahora no podía hacer nada por el, ni por Atenea, ¿Que podría hacer yo mientras ellos intentaban matarse? ¿Coger mi puto arco y disparar a uno una flecha con la cuál puedan quedar gravemente heridos? No... Yo no podía, no podía tomar partido en eso. No quería más discusiones, más peleas, yo solo quiero irme a cazar con mi séquito y que nada más suceda. ¿Tan difícil era tener paz con la riqueza que teníamos? Somos dioses, pero aún así pecamos como los hombres mortales.

Ellos pecaban de odio, yo de cobardía.

-¡Guagh! -Alguien estaba tosiendo, probablemente botando sangre-

Ese alguien era Apolo recobrando su consciencia, esa que Ares se la privó con un único golpe, golpe que también se le arrebato a mi hermano junto al derecho de tomar lo que Apolo consideraba "su mayor deseo".

El no tenía porqué meterse. ¡No tenía absolutamente porque golpear a Ares como un idiota!, pero aún así lo hizo; seguramente movido por el orgullo. Y hablando de movimientos tengo que decir que yo me puse en marcha, camine mirando fijamente a el hasta estar a su lado. Ignorando por completo la pelea de los otros dos, aunque por el cómo se había disminuido el ruido de sus armas y hecho de que se oyó una pared romperse junto con pequeños escombros que cayeron del techo concluí que se habían largado de mi aposento. Pero volviendo al tema de mi hermano diré que me puse de rodillas a su lado, con sumo cuidado elevé su cabeza y la coloque en mi regazo; luego con un pedazo de tela que arranque de mi prenda limpie la sangre que tenía en su mandíbula. Estaba preocupada por el, porque aunque Apolo sea un idiota era mi hermano.

Sin duda a Apolo no le iba gustar verse en un espejo por unos días. El golpe de Ares había sido suficiente para creer que Apolo quería competir con Hefesto en un concurso de la fealdad, tenía el labio inferior partido, la piel morada e hinchada como si fuera un tumor, su perfecta sonrisa ya no era perfecta pues muchos dientes no estaban dónde tenían que estar, y de remate mi pobre hermano se perforó su lengua con sus propios dientes que aún tenía. O bueno, Ares causó esa perforación.

Tengo que añadir que intento formar palabras pero que inmediatamente le coloque mi dedo en sus labios para hacerle entender que no hablará, gracias a Gaia lo comprendió (o tal vez el dolor del intento que hizo le aclaro que no tenía que hacerlo).

-Apolo hermano mío, eres un idiota realmente. Pero uno como pocos. -Le confesaba mi pensamiento con respecto a su estúpido accionar, al mismo tiempo que con mi otra mano moví sus cabellos para que no fastidien su visión ni toquen la parte afectada- Sin embargo somos hermanos, hermanos de una misma madre a diferencia de aquellos que ahora se andan matando y por eso es que a ti más que a nadie te aprecio. Por favor quédate conmigo, no intentes pararte e ir a participar. Ya hay suficiente dolor para tu desdichada hermana por hoy, escucha las plegarias que te da. No seas necio.

Lo último lo dije mientras cerraba mis ojos, pues era un golpe a mi corazón verlo así de lastimado por más merecido que fuera no me gustaba. Poco a poco intente calmarme pensando en cosas hermosas del pasado, de los dos jugando de pequeños a la caza y la música; que hermosos días fueron esos en dónde nuestra mayor preocupación era escondernos de Hera. Pues resultaba fácil gracias al apoyo que nuestro padre nos dió junto al tío Poseidón. Pero ahora... Ya ni siquiera era como en los días de gloria cuando una podía bajar libremente tal y como era a convivir con los mortales, ahora ni eso. Por las tantas reglas de Zeus, que hablando el como rey en este caso y no como mi apreciado pero imperfecto padre le dió por poner.

-¿Artemisa a dónde se han ido ellos?

Pregunto una voz, una que hablaba con un tono firme, una que me hizo abrir los ojos y olvidarme por completo del pasado que me calmaba. La sorpresa me había impedido responderle por más que sabía que tenía que hacerlo. Cómo respuesta volvió a preguntar.

-Artemisa, ¿A dónde demonios se han ido Ares y Atenea? Responde.

Tragando saliva y colocando con cuidado a Apolo en el piso con sumo cuidado me levanté y temblorosa me di media vuelta, una que sentí me demore una eternidad en darks cuando realmente no fue así. Mis manos temblaban, mis piernas temblaban, mis labios lo hacían y eso le incomodaba a él, no le gustaba para nada pues quería una respuesta que no sabía ni como poder darle. Y por lo visto le molestaba más a el sátiro que lo acompañaba, ese que era de su guardia...

-¿Y bien? -Volvia a preguntar, era la tercera vez que preguntaba de forma seguida. Tenía que responder, el nunca preguntaba una cuarta si antes no se le respondía-

-Papa, por favor escúchame primero...

This is War (Esto es la guerra) | Ares and Atenea fanfic Donde viven las historias. Descúbrelo ahora