V.

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Ares.

Final de la era de los héroes.

La puerta se abrió frente a mi, mis hombres, los Espartanos que habían luchado conmigo se quedaban. Ellos no podían entrar al hogar de los dioses, aún siendo yo el príncipe de está.

La risa de Eris siendo el timbre de mi llegada se hizo escuchar, muchas veces quienes la oían reír hablaban de que la rabia, el odio y la envidia invadían sus cuerpos. Cosa que me gustaba pues era una forma de empezar la guerra.

Mis hijos, Deimos y Fobos manejaban los látigos con que dirigían a los caballos, esos que respiraban el mismo fuego que quemaba cadáveres. Para ser aún niños sabían controlar mejor que nadie exceptuando a mi persona a aquellos animales equinos.

Así estuvimos hasta llegar a la cima del monte Olímpo, hogar desde donde Zeus. Aquel que por sangre era mi padre reinaba, y que en algún futuro espero ocupar su trono. Nadie me recibió, todos los dioses estaban en sus que hacer y así era menor, porque cuando me recibían lo único que tenía a cambió eran miradas que solo sabían juzgar, miradas de seres hipócritas. El mismo Apolo, el hijo mimado de Zeus decía odiarme por la violencia que causaba, bien que el se sirvió de mi violencia e hizo más en las faldas de las murallas de Ilion, bien que con su arco, el arma de cobardes exterminó a los cíclopes. Tremendo hipócrita que era.

Pero los demás dioses tampoco se quedaban atrás, todos eran igual. Haciendo lo mejor para ellos, dándole mal al resto. Y solo gozaba de algo que es natural entre los hombres, pero por eso son el monstruo, el demonio, el sin corazón; Ares.

-Mi señor Ares, lord de la guerra. —Hablo Eros quien se arrodilló tras llegar volando— Ya hemos llegado, todo está listo para que usted baje del carro.

Yo solo oí su noticia, sabiendo eso me pare del trono que mis hijos prepararon en el carruaje y llevando una de mis manos hice que la diosa de la discordia alzará su mirada. En sus ojos pude notar como está gozaba de mi tacto.

-Como siempre tan servicial Eris, agradezco tu gentileza. Ahora ve y reparte como gustas la discordia por Grecia. Yo tengo cosas que atender como padre.

Ella sin decir nada solo asintió, tras eso y dando unos pasos atrás aún de rodillas se dejó caer por las largas escaleras del carro para antes de sufrir algún impacto volar. Junto con ella se fueron Deimos y Fobos que antes de venir me habían pedido el permiso de acompañarla.

El trío de mi séquito se fue, quedándome ahí solo baje las escaleras, estás tenían un eco pues el peso de mi armadura que aún llevaba puesta daba fuertes pisadas. En cuanto baje del carruaje y mire que no había nadie a la redonda decidí caminar tranquilo, pero atento, manteniendo una mirada de desprecio con quién se me crucé.

Así fue que termine llegando hasta donde residía la diosa de la belleza, la rubia más perfecta, a la que el hijo de Priapo coronó con justa razón a mi parecer. Ella estaba ahí, en la entrada de la puerta de su marido esperándome. A su lado estaba mi hija, Harmonía. La unica mujer junto a su madre por la cual me podría arrodillar.

Caminando hasta donde estaban me quite el caso, el viento soplo mis cabellos con dirección al poniente al igual que los de ellas. Fue entonces que Afrodita me habló.

-Veo que finalmente llegaste mi más glorioso amante. —Sus manos serpenteaban mi armadura hasta subir a mi cuello— Me alegra tenerte aquí conmigo, a mí, mi hija e hijos. Tus hijos, nuestros hijos.

This is War (Esto es la guerra) | Ares and Atenea fanfic Donde viven las historias. Descúbrelo ahora