24. Ciudad de bestias (1)

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El invierno había hecho su aparición en todo su esplendor muy poco después del cambio de estación. Las temperaturas bajaron de improviso y el viento frío recorría las calles congelando las manos y los rostros de las personas, arrastrando consigo el molesto olor a tierra mojada y moho, todo lo contrario al cálido verano. Río odiaba el invierno, los recuerdos pasaban delante de sus ojos como una mala película todos los años, recordándole lo aquello que siempre se esforzaba en olvidar.

Su ánimo se veía mermado cuando aparte de sufrir con las bajas temperaturas las lluvias hacían su aparición, mojando los cristales de las casas o tiendas y resonando de manera ruidosa en los techos de las personas. Evitaba todo lo que podía salir a mojarse en los entrenamientos y prefería quedarse en su cuarto, aislado del mundo, mientras veía por la ventana como las grietas en las calles formaban pequeños riachuelos desembocando en diminutas lagunas, que salpicaban sus gotas con furia a los bordes inferiores de los pantalones de quienes las pisaran.

Miraba con hastío a las criaturas inocentes que jugaban divertidos bajo la mirada de sus padres, disfrutando del choque de los goterones en sus rostros o cabello empapándolos por completo. Nunca podría entenderlos.

Los esposos se aparecían turnándose por su cuarto preguntando por él, invitándolo a estar con ellos relajados mientras veían a la estación hacer su trabajo. Siempre los rechazaba con excusas tontas, que si hoy no tenía ánimo, que si no podía interponerse entre los recién casados, todo con sonrisas falsas mientras bromeaba y desviaba el tema. Con el tiempo ellos dos se acostumbraron a su rechazo pero no les molestaba.

Leon nunca le preguntó. Asumió que sus amigos le habían hablado sobre sus intentos fallidos o era que solamente el mayor nunca hacía nada si Río no lo proponía primero, había excepciones, pero esas eran de otros temas.

Pasaba su tiempo en la biblioteca cuando se aburría de estar en su cuarto, leyendo cosas que no le interesaban para nada pero que no podía evitar porque no tenía nada más que hacer. A veces se acurrucaba junto al delta en su oficina, con chocolate caliente que se tomaba la atribución de servirse solo y una gruesa manta que se ponía sobre los hombros mientras se hincaba en la silla.

Sus días eran aburridos, pero no podía pedirle a su cerebro que elevara su ánimo, así no funcionaban las cosas. Ya lo había intentado muchas veces.

Ya sería el octavo mes ahí.

Fue una suerte enorme que Leon se apareciera en su puerta golpeando un par de veces para llamar su atención.

— Ha llegado una petición. ¿Quieres venir?

— ¿No es una orden del gobierno?

— No. Esta vez es directa de la Ciudad de Bestias —la confusión era notoria en el rostro del más joven, siempre pensó que ese lugar era como una simple cárcel para aquellos que caían en la locura.

Dándole una respuesta afirmativa a su delta se cambió por la ropa más cómoda y abrigadora con la que los ricachones le habían llenado el clóset. Leon colocó una bufanda de color negro en su cuello que no iba para nada con el atuendo, pero sin importarle Río se envolvió con su olor, agradeciendo el gesto en silencio y calmando un poco sus emociones.

Lo siguió hasta la entrada, sin ánimo aquel día para iniciar una conversación o cruzar una broma con Zack. El beta era uno de los cuatro hombres que irían con ellos a la ciudad, junto a él se encontraba el alfa pelirrubio bajo las órdenes de Cassandra ¿cuál era su nombre? Ah, sí, Alan. También estaba uno de los alfas con los que entrenaba a diario empleado por Leon, y Louen, quién le dio un amistoso saludo devuelto con desgana.

Emprendieron el viaje en el gran carruaje que el dragón solía utilizar siempre. El pelirrojo procuraba ignorar a todo el mundo dado que el horripilante golpeteo constante de las gotas en el techo lo irritaban en demasía. Prefirió cerrar los ojos y fingir que dormía mientras sentía el camino más largo de lo que su memoria había grabado hace tiempo.

DRAGONES (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora