11. Eres un niño

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Mocoso.

Esa era la palabra que alguien repetía en su mente cada cierto momento del día, la mayor parte de él en realidad. Era aún más ridículo que esa voz en su cabeza se pareciera a la de su hermana a medida que pasaba el tiempo, aunque muchas veces no la escuchara solo en su mente y ella realmente se paseara por su oficina para susurrárselo al oído, o a veces gritarlos desde la puerta.

No es que lo hiciera de forma intencional, para nada, es solo que no podía controlar su cuerpo, ni sus emociones, ni nada cuando algo tenía que ver con Río desde aquella reciente salida, y cuando veía aparecer al joven por algún pasillo cercano a donde él se encontrara, ya fuera en compañía de Lía o alguien más, su instinto primario le obligaba a ponerse en marcha y escapar como todo un cobarde. Entonces fruncía el ceño y se encerraba en la primera habitación próxima a él y los que venían ingresando a otro lugar junto al pelirrojo, para tratar de escuchar sobre lo que conversaban. Oír su voz le tranquilizaba en gran medida, aún si a veces hablara con alguien solo del clima o un nuevo movimiento que había creado para entrenar.

A veces observaba desde la entrada a la casa secundaria como Río luchaba junto a los soldados, que cada vez eran más apegados a él desde que se convirtió en el nuevo entrenador por petición de su padre, y a eso le sumaba también la presencia de su hermana, que estaba encantada de estar ahí por otros motivos que a él en verdad no le molestaban ni le interesaban más allá.

Horas y horas viéndolo entrenando le hacían querer unirse a ellos para realizar actividades juntos, y cuando eso pasaba se obligaba a huir otra vez porque no quería asustar ni lastimar a nadie. Controlar su fuerza monstruosa era muy difícil para realizar algo tan simple como lo era un simple entrenamiento; estaba muy agradecido con Río por ayudarlo sin que lo supiera y que ahora esos muchachos pudieran defenderse mejor si en algún momento él no se encontrara.

Le sorprendió descubrir que el par de gemelos alfa ahora se llevaban de maravilla con el omega, demasiado si lo podía decir. Incluso se le había sumado un beta muy hábil.

No sentía celos para nada, se decía a sí mismo. "No engañas a nadie con eso, Leon". Incluso su mente misma lo traicionaba al segundo siguiente de esa declaración.

Era muy feliz al descubrir la buena relación que tenía con toda su familia, eso significaba que tal vez en el futuro, pese a que el otro no pudiera amarle, la relación entre ellos no sería tan tensa. Incluso los momentos en que discutían habían disminuido de intensidad y ahora eran solo para picarse entre ellos como simple entretenimiento que ambos disfrutaban de manera sana. Estaba bien, no pediría nada más. Ser llamados "amigos" ya excedía sus expectativas para con el muchacho.

Su padre lo había descubierto un día observando al menor a escondidas desde la distancia cuando éste se encontraba en el jardín. El rostro se le tiñó de rojo y algunas palabras salían como balbuceos inentendibles tratando de buscar una excusa que el patriarca no necesitaba. Cuando eso se repetía, Mihail pasaba por su lado y golpeaba su hombro de manera amistosa tratando de transmitirle apoyo en silencio, entonces entraba a su habitación y a escondidas de su hijo tomaba un retrato de la mujer que más amaba, contándole como un susurro secreto las proezas de su hijo en la lucha por su amor que ni aún él mismo quería admitir.

A veces, Lía se le sumaba por las noches a escondidas, quedándose junto a él en la cama y burlándose en secreto de las andanzas en las que pillaba a su hermano y lo despistado que era su futuro cuñado, hasta que se quedaban dormidos y el retrato era nuevamente guardado en un rincón del cajón por el mayor.

***

— ¿Entonces los sueldos más altos pueden ser entre cuatro y cinco monedas de plata?

— Eso es correcto. Muchos nobles aquí suelen acumular esas monedas para luego intercambiarlas en el banco por monedas de oro y jade.

DRAGONES (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora