40. Locura

397 62 2
                                        

Río.

Era la palabra que se repetía cada un segundo en su cerebro sin entender por qué estaba tan desesperado por llamar el nombre de su pareja.

— Río. Tengo que ayudar a Río —dijo en voz alta casi con lucidez, para luego hacer el intento de ponerse en pie y sentir que el peso que tenía sobre sus piernas lo abandonaba y producía un sonido suave de fricción en el duro piso.

Leon miró el cuerpo tendido de una manera extraña, sin ninguna emoción primero de por medio, como si no lograra comprender por qué Río estaba ahí tendido con su abdomen sangrante, para luego fruncir el ceño y volver a soltar lágrimas y gritos desesperados que resonaban en el eco solitario del lugar abandonado.

El nombre de Río se podía escuchar hasta la salida, ahí donde todos los hombres estaban siendo atendidos por otro de sus compañeros que se encontrara en buen estado y soltando lágrimas al sentir en sus corazones la profunda desesperación de la persona que los había acogido durante tanto tiempo desde hace ya algunos años.

Liv hizo el último intento para curar a Theo y uno que otro soldado, para que luego agotado caminara con sus alas caídas el largo trayecto hasta llegar a un desolado Leon que sujetaba nuevamente desesperado la mano del muchacho. La maravillosa ave miró a uno de sus dueños, soltó un último graznido lastimero para llamar su atención, entonces comenzó a soltar sus plumas dejándolo con un aspecto enfermizo.

El dragón se asustó al verlo, Río se enojaría mucho con él si no podía cuidar de Liv, pero cuando se atrevió a intentar tocar al pajarillo con un delicado toque de su dedo índice el ave ardió en llamas frente a sus ojos y se volvió cenizas.

Desesperado trató de recoger el polvo gris que dejó atrás el compañero de Río, intentando de manera ridícula formar un montículo que tomara la forma de Liv, para que después de muchos intentos infructíferos Leon cayera en la realidad de que nada de lo que hacía servía para algo. Río se había ido de su lado y ahora también Liv.

Cada grito que abandonaba su garganta la lastimaba más y más, y cada vez el grito se transformaba en algo poderoso y terrorífico que dejaba de ser humano. Sus varoniles manos comenzaron a perder su forma agrandándose cada vez más, esparciendo hermosas escamas doradas por todos lados en su cuerpo. Su tronco aumentó de tamaño, y de la ancha espalda comenzaron a crecer dos maravillosas alas que duplicaban el tamaño normal de un humano.

La cola espinosa que salió de él se agitó con violencia golpeando con todo a su paso, comenzando a derrumbar partes de la frágil estructura que no tenía nada que hacer contra tal colosal bestia que no medía ni un poco el daño que causaba.

Trozos del techo cayeron cerca de él una vez estuvo casi por completo transformado, causando que la estructura comenzara a temblar anunciando la catástrofe de la demolición.

Un segundo de lucidez le bastó para recordar que su amado pelirrojo estaba ahí entre los escombros, y desesperado trataba de remover todo con sus gigantes garras que no le ayudaban a mover las piezas debido a la falta de sus tan acostumbradas articulaciones.

Cuando se vio atrapado por los escombros, sin la posibilidad de hacer algo más para sacar a su amado, se enfureció por completo. Se enfureció con el mundo, con Louen, con sus secuaces y con él mismo, porque ahora tampoco podría tener el cuerpo de su amado entre sus brazos, todo por su culpa, la culpa de otros, la culpa de todos.

Salió volando de ahí, sorprendiendo y a la vez espantando a todos quienes le veían, aterrizando no muy lejos, lanzándose contra lo primero que veía cerca de él. Sus movimientos eran erráticos, pisoteando, golpeando, arañando y arrancando con sus dientes cuerpos, casas o lo que pudiera.

DRAGONES (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora