38. Demente

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La sangre pegoteaba de manera asquerosa sus dedos, siendo la sensación acrecentada cuando caía en cuenta que era algo proveniente del cuerpo de esa molesta mujer. Esas eran formas que no debería imitar de su contraparte, no gracias, utilizar armas para él era mucho mejor.

Arrojando su cadáver sin cuidado al piso le dedicó una última mirada. Ella tenía los ojos abiertos ya casi sin brillo y las facciones deformadas en una expresión de terror con líquido escurriendo de sus ojos y boca; su cabello plateado serpenteaba en el suelo manchándose de escarlata por el fluido colorido de su dueña, el que ahora le llegaba casi hasta los zapatos.

Río sacudió su mano con molestia, limpiando las gotas sobrantes en su brazo salpicando las paredes cercanas y pasando de manera olímpica del cuerpo en el suelo.

Abrió la puerta de la habitación frente a él con cuidado, mirando como Leon se encontraba sentado en la gran cama matrimonial de costado mientras apoyaba su cabeza contra la muralla en un gesto cansado y dolorido.

— ¿Estás bien? —preguntó en un tono bajo para no perturbar al otro acercándose lento hasta él.

— Mucho mejor ahora que estás aquí —el pelirrojo se enterneció por aquellas palabras, dejándose abrazar por el alfa que se embriagaba con su olor. Su cara se paseaba por todo el abdomen de Río, enamorándose cada vez más de la sensación maravillosa que era tenerlo entre sus brazos otra vez luego de tanto tiempo separados.

El pelirrojo lo observó durante unos segundos, escaneando su cuerpo y tratando de adivinar las pasadas acciones de su contraparte.

— ¿Por qué ibas a morder su cuello? —la pregunta salió de sus labios de improviso, por lo que de manera rápida desvió su mirada fingiendo que en realidad no le interesaba la respuesta. No era en realidad lo primero que quería saber, pero la imagen de ese hombre mordiendo el cuello de alguien más le apretó las entrañas.

Leon soltó una risa suave al entender de forma inmediata lo que pasaba por esa cabeza colorina.

— Arrancarle la garganta sería un mejor término —explicó con cansancio y para la tranquilidad del menor.

A Río le hubiese gustado quedarse así, envuelto entre los brazos de ese hombre mientras esperaban a que las fuerzas regresaran a él durante mucho tiempo, pero estaban en medio de una batalla, y el breve intercambio que tuvieron en la habitación llegó a su fin con el gran estruendo que se producía afuera.

El pelirrojo lo tomó de la mano, levantándolo con cuidado de la cama viendo como el dragón se tambaleaba. Pasando un brazo de Leon sobre sus hombros lo sacó de la habitación, esquivando a penas uno que otro zarpazo y objeto de la casa que pasaba cerca de ellos.

Tomó un par de pantalones desde el cuerpo de un enemigo caído y le ordenó al alfa que se los pusiera, al menos la persona a su lado se sentiría menos incómoda de esa manera hasta que consiguiesen algo mejor.

— Voy a sacarte de aquí, Leon. Lo juro.

— Saldremos de aquí, todos.

***

Liam y unos cuantos más se abrieron paso hacia el calabozo luego de escuchar el corto grito de Río. Siguiendo el ejemplo que les había dado su líder antes agarraron a uno que otro sujeto obligándolos a hablar y darles la ubicación necesitada.

Algunos alfas que recordaban ellos estar bajo el mando de Cassandra se interpusieron en su camino, tratando de impedir con todas sus fuerzas que llegaran junto a los prisioneros, sin embargo, la mayor experiencia les permitió ganar sin mucha dilación, haciendo que el verde pasto en la superficie cambiara de color.

DRAGONES (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora