1. Subasta de otro mundo

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Las respiraciones alteradas producto de aquella maratón al fin se estaban calmando y su frenético pulso volviendo a la normalidad, o quería pensar que algo por el estilo sucedía.

Apoyando su espalda empapada por el sudor contra la pared de sucios ladrillos oscuros se dejó caer al piso, mientras sujetaba con su mano contraria aquél dolorido brazo que sangraba profusamente y había dejado huellas por doquier. Había corrido durante tanto tiempo y perdido tal cantidad de glóbulos rojos de cada herida infligida por culpa de sus perseguidores, logrando que al fin sus funciones motoras comenzaran a llegar a su término. Su visión estaba borrosa gracias a la hemorragia, la respiración agitada que se había calmado ahora era cada vez una más lenta y pesada, causando que el aire que ingresaba por sus vías respiratorias le produjese un fuerte dolor por el gran esfuerzo que necesitaba su cuerpo para ello.

¿Cómo fue que acabó así? Algunos pocos cabellos largos de color azabache se pegaron a su rostro incomodando sus ojos cuando elevó su cabeza mirando al cielo, odiando la sensación de las pequeñas gotas de agua que caían lentas desde la inmensidad, anunciando una posible lluvia torrencial que se desataría en algunos momentos como en cualquier otro día de invierno.

Se lo habían advertido, al menos las personas más importantes para él, hacer lo que hacía era una mala forma de ganarse la vida, pero ya no podía retractarse, viviría así hasta su último suspiro, ese que ya estaba pronto a llegar.

***

Relajó su cuerpo en los cómodos asientos de cuero negro dentro del auto, era algo que no podía disfrutar muy seguido, casi nunca en realidad, por lo general siempre tenía que arrastrarse para todos lados por sus propios pies. Pero esta vez la misión era al parecer demasiado importante como para mandar a sus subordinados de una manera tan indigna, por lo tanto el jefe había tenido la gran amabilidad de enviarlos en un transporte decente para guardar las apariencias.

Observó en silencio a los demás compañeros que lo acompañaban ahí dentro, todos vestidos de manera formal como su jefe les decía que siempre debían vestir, con sus trajes caros y camisas blancas como si fueran simples oficinistas de élite, pero que no eran más que un mero grupo de asesinos aparentando ser lo que en realidad jamás podrían ser.

Las ventanas polarizadas del sedán estaban cerradas por completo, ofreciéndole la oportunidad de pasar desapercibido para los de afuera pero sin ocultar el mundo de él.

Los transeúntes iban y venían, caminando apresurados o lentos, ajenos a todo lo que no fuera sus propios intereses. De alguna forma ser solo un espectador fue extremadamente aburrido para él.

El auto se detuvo después de un tiempo en un galpón de aspecto deteriorado en los límites de la ciudad, cercano al río Adigio. La misión no era muy difícil, solo tenían que ir, encontrarse con el vendedor bigotudo, y entregarle el maletín de cuero lleno de dinero que uno de los sujetos a su lado llevaba en las piernas; y si no aceptaba el pago o lo subía a último minuto, bueno, para eso iba él.

Fijó su vista a los alrededores nocturnos al bajarse del vehículo junto a sus compañeros, siempre alerta por si tenían alguna sorpresa aguardando por ellos detrás de cada esquina, pero la mala iluminación del lugar no urbanizado le dificultaba un poco el trabajo.

Se encontraron de frente con los guardias del vendedor esperando por ellos y fueron guiados de manera amable dentro de uno de los muchos contenedores azules gigantes del lugar.

Sentado en el centro, con sus dedos moviéndose en un molesto tic nervioso y ojos avariciosos, se encontraba el importante hombre que necesitaban, quien con un gesto de cabeza le indicó a uno de sus trabajadores acercarse a su compañero con el maletín; este por supuesto se acercó por las suyas a la mesa, no confiando en nadie más que en sus propias manos.

DRAGONES (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora