Lo primero que sintió Río al abrir sus ojos al mundo nuevamente fue la fresca brisa que dejaba el viento acariciando su rostro, el olor a hierba y sus dedos apretándose en el corto pasto arrancando algunos en el proceso. Al segundo siguiente sintió el terrible dolor que atravesaba su abdomen e hizo que su rostro se distorsionara. Se sentó con rapidez sujetándose aquella parte afectada, desorientado, girando su cabeza en todas direcciones para tratar de reconocer algo.
El tronco de aquél árbol robusto tras su espalda le dio soporte mientras trataba de calmar sus emociones y su respiración retornaba a la normalidad.
No mucho tiempo después sintió el tímido toque de un dedo en su hombro de manera repetida.
— ¿Estás bien? —La voz en plena maduración a su derecha llamó su atención. No pudo comprender el idioma al primer instante, pero eventualmente su cerebro procesó todo al ser interrogado otra vez, como si su mente se hubiese adaptado con una rapidez monstruosa dejándolo desconcertado —. Has estado mucho tiempo tirado en este lugar —siguió la conversación la muchacha. Río solo asintió ante la niña de rostro amable, pensando por un instante que se le hacía muy conocida pero descartándolo de inmediato.
Se puso de pie con cuidado, siendo ayudado por aquél nuevo amigo café y de rugosa textura que le prestó apoyo sin réplicas.
La pequeña lo miraba con curiosidad, no habiendo visto nunca antes a un joven tan hermoso como ese, con sus cortos cabellos rojos como el sol de sus libros escolares y esos ojos dorados como el oro que solo pudo observar en las tiendas de joyerías.
— ¿Dónde estoy? —soltó por primera vez su voz el muchacho.
Unas inmensas ganas de llorar recorrieron su cuerpo de pies a cabeza, porque ella reconocía esa voz, por extraño que pareciera, era un poco más suave a como ella la recordaba, pero estaba segura de que era él. Sin responderle aún, se lanzó a sus brazos y los enrolló tan fuerte como su delgado cuerpo podía mientras inspiraba hondo. Ah, ella también reconocía ese olor, ese con el que se sentía siempre tan protegida por las noches.
Río tenía sus manos un poco elevadas cerca de ella, queriendo separarla un poco de su cuerpo pero a la vez temiendo hacerlo, los temblores de ese pequeño ser le impedían tomar esa simple decisión, y en vez de eso, golpeó con delicadeza la espalda contraria un par de veces para tranquilizarla.
— ....lia —no pudo entender nada más de lo que había dicho la pequeña, ella se había reusado a separar su rostro enterrado en el cuerpo ajeno y la voz salió en su totalidad amortiguada. Río trató de separarla un poco para poder escuchar mejor, pero se aferraba a él con una fuerza que nadie pensaría que tiene debido a su contextura —. Estás en los campos de Italia —dijo finalmente al levantar su cabeza.
— Entiendo —fue todo lo que respondió. Su escueta palabrería causó que la niña formara un mohín en su rostro y finalmente se separara de él, y sin pensarlo mucho lo tomó de la mano y comenzó a arrastrarlo con ella.
— Ven conmigo.
El pelirrojo no puso mucha fuerza de oposición, de cualquier forma algo le decía que no podría deshacerse de esa muchachita obstinada, y mientras emprendían el camino pudo observar la maravilla del tranquilo paisaje. La basta pradera parecía infinita, con árboles de frutas por doquier junto a los animales pastando con tranquilidad mientras aves se posaban sobre ellos. Las casas de los granjeros se encontraban tan lejos unas de otras que una divertida idea cruzó la mente de Río, como pedir a gritos una taza de azúcar al vecino.
Aspiró con ansias el aroma a tranquilidad, como si hace muchos años que no lo hubiera sentido.
La persona que lideraba la marcha miraba de tanto en tanto hacia atrás de ella, apretando la mano que tenía entrelazada a cada segundo, temiendo la idea de que todo fuera su imaginación, y que al fin todas las penurias de su vida estuvieran comenzando a pasarle factura logrando enloquecerla.
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DRAGONES (Borrador)
FantasyRío trabajó durante casi toda su vida bajo las órdenes de la mafia creando así una personalidad un poco retorcida. El peor error que pudo cometer un día dejándose llevar por la avaricia fue robarle a su propio jefe, con quien saldó la deuda cuando l...