El pelirrojo observó el pueblo de Loton con esperanza, ansioso por encontrar alguna posada donde pudiera dormir al menos un día completo. En el peor de los casos, en caso de no encontrar una, tendría que dormir nuevamente a la intemperie.
Los cuchicheos de los pueblerinos que llamaron su atención sonaban inquietos, y más que estar interesados por un turista para atraerlo a su pueblo como invitado, parecían espantados. "Hay un fantasma", "No vayas a las afueras del pueblo", "Nunca habíamos tenido una mansión embrujada".
No tenía que preguntar en realidad lo que estaba sucediendo, pueblo pequeño es un infierno grande, cualquier cosa que pasara en ese lugar se sabría en menos de diez minutos.
Dejó escapar un sonido cansado entre sus labios, Fabián le dijo que sus penurias aún no terminaban, al parecer no se equivocaba, tal vez se viera envuelto en alguna otra situación problemática. Ya nada le sorprendería en su vida.
Caminando por entre callejón y callejón Río robó un manto cubriendo con la capucha su inconfundible cabello rojo. No creía en fantasmas, aunque después de haber luchado junto a las hadas contra seres de sombra debería esperarse la existencia de algo así.
A paso lento llegar a su destino no le tomó mucho tiempo, solo era necesario seguir la ruta contraria de la que huían los locatarios para encontrarse frente a frente con una casa en ruinas pero que de seguro fue utilizada alguna vez por un rico. Estaba claro el por qué se ganó la fama de casa embrujada.
Esperó con paciencia fuera de la puerta, y después de poner mucha atención comprendió algunos rumores que circulaban. Pero esos gritos no eran de un fantasma, además, lo que le causaba dolor a esa persona no era algo intangible; alguien estaba siendo torturado dentro.
Las guerras cambian la personalidad de las personas, incluso los primeros eventos trágicos que habían ocurrido en su infancia cambiaron algo en él, pero ese último año alunas cosas se habían roto dentro de su mente, y lejos de estar cansado de tanta matanza como se pensó en un principio, una sonrisa extraña luchaba por crearse en su boca al imaginar las distintas formas en cómo se vengaría de ese bastardo al que no conocía.
El rey de las hadas le había entregado un juego de dagas mágicas, tal vez era hora de que las estrenara con algún blanco móvil.
Caminando despacio se dedicó a registrar sus pertenencias y sacar una a una las bonitas cuchillas que brillaban con un suave oro rosa, admirando su belleza. Comenzando a silbar empezó a jugar con ellas entre sus dedos dándoles una vuelta de tanto en tanto y se dejó guiar por el sonido de los gritos, recorriendo un corredor hasta una puerta abandonada que se apartaba de todo el resto de la casa.
Dándole un pequeño empujón a la puerta atrajo la atención de los dos presentes despiertos en esa habitación, la anciana ya ni siquiera temblaba del dolor, su cuerpo solo estaba sostenido de los fierros que sujetaban sus brazos dado que las piernas habían perdido ese propósito, la sangre corría por algunos lados de su cuerpo donde las ropas se rasgaron, y cuando ella lo miró en súplica pudo identificarla. Era la madre de Ian.
— ¿Quién te dejó entrar, maldito?
Río, todavía con su identidad oculta, escaneó con seriedad al malvado perpetrador, ese par de ojos grises eran algo que aún pese a haber perdido su memoria seguía odiando, ¿Cómo no externarlo ahora que sus recuerdos se sentían más vivos que nunca?
Sin darle una respuesta llevó una mano hasta su boca en un inútil intento de acallar las carcajadas desesperadas que su cuerpo soltaba.
Estaba feliz, extasiado.
Se lo había advertido hace tiempo, iba a asesinarlo, así volviese como fantasma, pero nada podía ser un mayor disfrute para él que realmente cumplir aquella promesa, ser la persona que le pondría fin a su vida. ¿Qué daño le haría a su alma otro asesinato más?

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DRAGONES (Borrador)
FantasiRío trabajó durante casi toda su vida bajo las órdenes de la mafia creando así una personalidad un poco retorcida. El peor error que pudo cometer un día dejándose llevar por la avaricia fue robarle a su propio jefe, con quien saldó la deuda cuando l...