Algo era extraño en esos momentos, muy extraño. No podía decir que le incomodaba, o al menos no tanto, pero no podía hablar por el resto de personas que se encontraban con él en ese momento dentro de la cocina.
Al parecer un gato grande quería su atención, si es que podía compararlo con un felino.
Ese día se había levantado con ánimo de apalear, es decir, entrenar con su nuevo conjunto de amigos en la casa secundaria como solía hacer cada mañana por unas largas horas desde que se convirtió en el encargado del entrenamiento, por esa razón se levantó cerca de las cinco y media de la madrugada y se dirigió a ese hermoso santuario blanco libre de imperfecciones y polución para hacer un desayuno nutritivo que alimentara todo un ejército.
Todo era normal, no necesitaba la ayuda de los cocineros experimentados, él podía hacer sus propias comidas, que sin presumir le quedaban bastante bien gracias a que desde pequeño ayudaba a su madre cuando no solía realizar algún tipo de trabajo. Los chefs y ayudantes de cocina no tuvieron problema con su presencia en el lugar siempre y cuando no interviniera con las labores de los presentes y obstaculizara la preparación de los alimentos para los señores de esa mansión, y así lo hizo. El problema fue cuando media hora después Leon ingresó a la sala con su recién colocada bata de dormir azul marino, lo miró unos instantes, y luego caminó hacia él tomando con su mano el borde de su camisa holgada de entrenamiento y ahí se quedó, como una estatua pegado a su lado.
Al principio los presentes se miraron entre ellos y se encogieron de hombros mientras reían, "es una ilusión colectiva, sí, eso debe ser"; pero los minutos comenzaron a pasar, cinco, diez, y entonces la sonrisa en sus rostros comenzó a congelarse logrando que se transformara en una mueca extraña que adormecía sus mejillas. La ilusión del señor Nova no desaparecía ¿Había ido a supervisar el trabajo de sus empleados? ¿Iba a despedir a alguien? El más joven de los ayudantes, quien era menor que Río, sintió que sus piernas se volvían de gelatina, y si esa situación no se terminaba pronto podría asegurar que le daría un infarto ahí mismo.
Río, sin estar atento al pánico que se sentía detrás en su espalda, terminó de preparar el café, mucho café, y mucho huevo revuelto con trozos de carne cortados de una manera muy fina. Él amaba la carne. Y si Leon estando ahí a su lado no dijo nada ni le prohibió usar los ingredientes ¿cómo podrían atreverse unos meros sirvientes? Tendrían que reponer todo el inventario de huevos, y tal vez comprar muchos más de ahora en adelante, pero lo harían felices si eso significaba salir por un segundo de ahí evitando la presencia sofocante del señor en aquella habitación.
—Bien, todo listo —si era honesto, Río esperaba que tan pronto dijera eso el joven Nova le soltara y en silencio se retirara a hacer lo que sea que hacía en su oficina o dormitorio mientras él no lo veía. Pero no fue así, y al darse vuelta en forma abrupta quedó atrapado entre el fornido cuerpo de Leon y la mesa de cocina donde estaba trabajando. Esperó con paciencia a que se moviera dejándole el camino libre, no era incómodo en absoluto, en cambio, el chico de ojos dorados solo pudo catalogarlo como extraño. Pero el gran alfa no se movía pese a todos los minutos que había esperado, y la escaza distancia comenzaba a ser raramente tensa—. Leon, ya sabes, espacio personal.
El mayor se quitó reacio mientras realizaba una pequeña e imperceptible mueca de infelicidad y cuando vio que el omega comenzó a colocar los alimentos en las bandejas para transporte rápidamente se ofreció.
— Te ayudo.
Mientras se disponían a ordenar todas las cosas el pelirrojo pudo ver como los sirvientes perdían el color en sus rostros, y si lo pensaba un poco más podría jurar que en cualquier momento comenzarían a ponerse azules por todo el aire que se tragaron de la sorpresa y no estaban dejando salir. Curiosa reacción. Una que se repitió en cada salón por el que pasaban mientras se dirigían al hogar de los guardias.
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DRAGONES (Borrador)
FantasyRío trabajó durante casi toda su vida bajo las órdenes de la mafia creando así una personalidad un poco retorcida. El peor error que pudo cometer un día dejándose llevar por la avaricia fue robarle a su propio jefe, con quien saldó la deuda cuando l...