27. En un día de invierno

449 61 0
                                    

Leon necesitaba una explicación de lo que había ocurrido, aunque no se lo había expresado al lambda con palabras porque no quería presionarlo, pero las dudas y los miedos estaban ahí. Sin embargo, no tenía que pedirlo, el pelirrojo quería contarle de una vez y destrabar esa espina que se clavaba en su pecho causándole angustia desde que sintió sus manos golpear de manera brutal a ese sujeto. Aún podía recordar la extraña sensación de euforia.

Cuando bajaron del coche al atardecer, fueron recibidos por una feliz Lía que los esperaba en el umbral de la puerta junto a su esposo y corrió a abrazar a sus conocidos con cariño, como si esos tres días afuera hubiesen sido una eternidad. El viento frío tenía sus mejillas heladas, pero a ella no le importó mientras se quedó haciendo la guardia hasta que volvieran.

Fueron arrastrados hasta el comedor entre empujones ansiosos, donde sentados todos a la mesa comenzaron a relatar lo sucedido mientras eran observados por un par de ojos que brillaban como estrellas de la emoción y sus pies la acompañaban balanceándose bajo la silla, ella nunca se cansaba de escuchar las historias.

Le contaron todo mientras tomaban un poco de comida dispuesta para ellos, incluso el secuestro de Río pero omitiendo los detalles morbosos, y justo cuando iba a comenzar a soltar la verborrea interrogándolo la tranquilizaron en el momento, asegurando que en realidad se había rescatado solo causando la risa de todos.

Pero el pelirrojo era el único que no compartía su alegría, ni siquiera podía probar bocado mientras los escuchaba porque su estómago se revolvía de solo pensarlo. Las palabras escondidas en sus cuerdas vocales le picaban los labios y la lengua como un millar de agujas, queriendo salir impacientes en una explosión y terminar rápido, sus dedos se movían inquietos y sudorosos bajo las mangas de su ropa y su mirada se perdía de tanto en tanto en alguna fruta o en el reflejo de una taza de porcelana sobre la mesa con té intacto.

Esperó a que los ajenos a la familia se retiraran después de terminar de comer con excusas poco creíbles pero que eran cordiales, y bajo la atenta mirada de su ahora familia soltó un largo suspiro mientras ponía en orden sus pensamientos.

Todos esperaron con calma a que abriera la boca y dijera lo que tenía en mente, puesto que habían notado su ansiedad. Aguardaron tranquilos, incluso cuando los minutos pasaban y veían gruesas gotas de sudor correr por su frente y su cuello debido al nerviosismo empapando un poco el inicio de sus ropas.

Para Río no era algo fácil. Ese percance en la Ciudad de bestias hizo resurgir en él recuerdos que pensó podía enterrar y olvidar, pero solo le reafirmaron que aún tenía cierto apego por su mundo, porque esa violencia era lo único que se mantuvo en él, lo único que le recordaba su vida.

Sus delgados labios rosas temblaron y al abrirse quedaron unidos por un fino hilo de saliva residual de tantas veces que los humedecía con su lengua, pero luego este se cortó cuando la distancia entre ambos aumentó al salir la primera palabra.

— Sé que lo que vieron ahí fue extraño —su postura se encogió, como un niño que cuenta una travesura realizada con un desenlace catastrófico y está dispuesto a recibir un regaño de su madre. Como un cachorro que rompió la basura y trata de fingirle a sus dueños que no fue él. Se sentía un poco intimidado por las miradas gentiles.

— Río, fue algo perfectamente normal en este mundo. Además estabas en una situación de emergencia —Lía no sabía bien de qué estaban hablando, pero dada la expresión de su amigo podía hacerse una idea.

— Lo sé. Es solo, que me recordó algunas cosas que había creído olvidar —su mirada triste se dejó caer al suelo, perdida en una mancha de café que no había sido limpiada correctamente por el personal, como si fuera culpable de un gran pecado que ahora estaba confesando para al fin recibir su sentencia—. Asesinar fue una de las primeras cosas en las que supe que era bueno en mi vida —. La frase salió como un murmullo muerto, tan bajo que los más alejados en la mesa se preguntaron si en realidad la habían escuchado.

DRAGONES (Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora