— ¡Río! ¡Lía! ¡Padre!
Mierda. No podía encontrar a nadie a pesar de que recorría los rincones de su mansión cercanos a la habitación de ambos omegas. ¿Cómo fue que las cosas se pusieron así?
Recordaba perfectamente estar en la biblioteca con su familia discutiendo los asuntos habituales, era una rutina que siempre seguían. Lía comenzó a oler un poco más fuerte al término de toda la conversación, pero lo había atribuido a su época de celo correspondiente; no es como si él llevara la cuenta de los ciclos de su hermana, a veces ni siquiera seguía los suyos porque no era algo que necesitara hacer. Era un suceso normal en un omega, entonces, ¿Por qué ahora el olor era tan potente?
Corría por los pasillos de la mansión, preocupado, cualquiera lo estaría, dado que aquello significaba que existía una anomalía en el cuerpo de la muchacha, y podría terminar en una tragedia si no se detenía a tiempo.
— ¡Leon, cuidado!
La voz de su padre desde una esquina lo distrajo un segundo, el suficiente como para sentir el peso extra sobre su cuerpo. Uno de sus subordinados se veía desquiciado, con sus ojos dilatados y soltando gruñidos sobre él tratando de arañarlo igual que un animal. Leon lo redujo en un instante luego de recomponerse de la sorpresa, mientras Mihail llegaba a su lado con el rostro tan serio como casi nunca lo había visto. Ambos lo ataron con algunos colgajos de ropa para que evitaran una nueva pelea y el mayor lo sostuvo a su lado moviéndolo consigo.
— Mi señor —un beta hizo aparición apresurado con su rostro en pánico—. Los alfas se han vuelto locos.
El joven Nova cerró sus ojos con angustia, sabía lo que significaba aquello. Los omegas que vivían en su mansión estaban en peligro.
En una corta conversación silenciosa padre e hijo se dedicaron un leve movimiento de cabeza y se separaron nuevamente; debían encargarse de la evacuación del lugar mientras buscaban a los menores.
Movilizándose deprisa con el beta tras de sí, le ordenaba a todo aquel que viera en su camino abandonar la mansión y que ayudaran a otros en su camino si podían.
Su nariz se movió incómoda tiempo después al comenzar a sentir un extraño olor a quemado proveniente de un lugar desconocido.
— ¡Fuego!
Algunas sirvientas corrían despavoridas desde una de las alas de la mansión, en sentido contrario de a donde ellos se dirigían. Tuvo que cambiar de inmediato la ruta de escape mientras empujaba a todos delante de él protegiéndolos de las llamas.
— ¡Mi señor! —le gritó el beta al ver como su jefe caía a causa de dos alfas descontrolados que habían atravesado una puerta a su lado como en una estampida. Estos no le prestaron mucha atención, y al momento se habían puesto de pie para emprender la carrera por los pasillos.
— ¡Largo de aquí! —le ordenó a su subordinado mientras corría detrás de los sujetos. El instinto les estaba guiando a su presa, por tanto, él tenía la obligación de detenerlos.
Su corazón latió con fuerza, en pánico, no queriendo pensar en las atrocidades que podrían ocurrir si él no llegaba a socorrer a su pequeña hermana. No se lo perdonaría jamás en la vida. Tenía que alcanzarla, esa linda muchacha era el único recuerdo que quedaba de su madre. El mejor que le pudo haber dejado.
Subiendo por las escaleras hasta el segundo piso se quedó estático ante la escena. Un gran grupo de alfas estaban luchando como leones ante la puerta que daba a la habitación de Lía. No podían entrar. No debían entrar. El sudor frío, el aumento en su respiración, y sus sentidos mil veces más agudos producto de la situación le hicieron reaccionar de manera exagerada.
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DRAGONES (Borrador)
FantasíaRío trabajó durante casi toda su vida bajo las órdenes de la mafia creando así una personalidad un poco retorcida. El peor error que pudo cometer un día dejándose llevar por la avaricia fue robarle a su propio jefe, con quien saldó la deuda cuando l...