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Uno.

— ¡Demonios!

Suelto palabrotas y blasfemias como si mi vida dependiera de ello mientras observo las casi cincuenta llamadas perdidas de mis progenitores. Me empino el vaso lleno de agua ardiente ─como suele llamarle mi madre─ y sacudo la cabeza cuando me quema la garganta. La música estridente no me deja ni oír mis propias palabras, así que me alejo del grupo intentando buscar un sitio menos ruidoso.

Siento a alguien detrás y volteo sobre mi hombro encontrándome con Abby, una de mis amigas ─la más cercana, diría yo─, quien me sigue de cerca. Sé que no quiere dejarme sola y eso me exaspera y alivia de formas iguales.

Cuando llego al patio trasero, la música no es tan fuerte y aclaro mis ideas. El teléfono vibra en mi mano con un mensaje y lo leo desde la barra de notificaciones. Si me conecto, aparezco en línea y no les contesto al instante, mínimo, me quitan la mesada de los siguientes años.

«¿Se puede saber por qué no contestas Antonella?»

Trago grueso y vuelvo a maldecir en voz alta. Solo me dicen Antonella cuando algo les molesta.

— ¿Todo bien? —Me pregunta Abby—. ¿Por qué has salido así?

—Mis padres —es la única respuesta que doy aun con el teléfono en mano.

Mi estado de ánimo justo ahora no es el mejor. Me arruina todo el tener que lidiar con quienes me dieron la vida.

Me pongo a pensar en una forma de evadirlos que sea convencible. «Hola papá y mamá me dio diarrea mientras no estaban» No, ya utilice esa excusa una vez. « ¡A que no adivinan! Descubrí una serie en Netflix y me he olvidado del móvil en toda la semana». ¿Suena creíble?

—Oh, ¿no saben que estas de fiesta verdad?

Niego —Claramente no Abby —enarco una ceja hacia ella—, ¿es que no conoces a los distinguidos señores Hauser?

Se queda callada y se encoje de hombros. No le pongo atención y sigo con lo mío, sopesando mis opciones. Sin embargo, me resulta casi imposible estando casi ebria y en una mega fiesta. Así que simplemente apago el móvil y tomo la decisión de afrontar las consecuencias mañana.

Me doy la vuelta hacia la pelinegra quien me sonríe y descubro que ahora no está sola, porque dos chicas están con ella. Britney junto a Kourtney, quienes me sonríen también. No les devuelvo el gesto y me acerco a ellas.

—Vayamos dentro, quiero seguir bailando.

Ellas no ponen quejas a la hora de seguirme y es que siempre es así. Yo digo, ¡a enterrar un muerto chicas! y ellas asienten sin refutar. Me molesta ciertas veces, del resto, me da igual.

Nunca he tenido amigas que pueda considerar verdaderas, toda la fortuna que tengo me priva de ello. Sumémosle también mi forma de ser, como muchos me describen, soy pedante y caprichosa. No me molesta serlo, así soy así me aguantan. Sinceramente en el entorno en el que siempre me desenvuelvo hay que serlo. Fría para que nadie te lastime y cruel con quienes quieren doblegarte. La vida entre ricos no solo es lujos y felicidad. Sinceramente algún día quisiera vivir en «la pobreza» como le llama papá, y no tener una prestigiosa clase social. Así tal vez podría contar con personas reales, me podrían dedicar sonrisas sinceras y no solo puñaladas, críticas y miradas cargadas de recelo y envidia.

Pero, uno nunca está realmente conforme con lo que tiene. Por lo que yo me conformo con mostrar esta faceta mía que grita por todos lados «chica cruel con dinero» y arriba de ello, un aviso que grita « ¡cuidado!». Así no sea siempre cierto, me va bien fingiendo que dentro de esa chica despiadada no hay una adolescente empática que en realidad está cansada de protegerse de su querida familia y apreciados amigos ─nótese el sarcasmo, por favor─.

Derecho a sanar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora