Cuarenta y ocho.
El viaje a Italia es una porquería, primeramente por la enorme tensión que se siente en el aire. Así que agradezco miles de veces cuando aterrizamos y la brisa nocturna me pega en el rostro. Los primeros en recibirnos son Gerardo, Inés y Renato.
El trío favorito de Máximo por los momentos. Abordamos la camioneta e intento ignorar a los demás pasajeros, concentrándome en el paisaje que transcurre por la ventana. No sé cuál es mi propósito en este viaje, y tampoco me importa mucho, lo único que deseo es volver pronto a casa.
Sé que la esperanza de que este sea el último viaje en el que esté involucrada es absurda, porque como Máximo lo dijo, ahora soy parte de esto y quiera o no me debo involucrar. Mientras más consciente este de ello, más rápido podre tolerarlo. Y creo que E también debería pensar igual.
Entiendo que no me quiera cerca de estas personas, de todo lo que conlleva escuchar, observar y saber acerca de la mafia, de todo el peligro que carga lo que ser parte de este negocio implica; pero no lo elegí, me obligaron a ser parte y hay que vivir con ello.
Así que treinta y seis minutos de recorrido es lo que nos toma llegar a nuestro sitio de hospedaje. Una mansión enorme que me deja encantada. Me gustan los lujos, siempre ha sido así y ver tremenda estructura me deja enamorada.
— ¿Te gusta? —Volteo a ver a Gerardo que me mira sonriendo y ni le respondo siguiendo mi camino—. Sé que sí —lo escucho decir a mis espaldas.
Pues obviamente que me gusta, solo que no se lo hare saber. Es un gilipollas en monumento.
Renato ocupa a todo el personal para que nos atienda "como es debido" y soy guiada por una de las mucamas a mi habitación, donde dejan mi bolso. No hay rastro de maletas porque ni tiempo me dio de hacer, así que E dijo que me compraría aquí todo lo que necesitara.
Me siento en la cama a admirar el diseño de la habitación porque, no es por exagerar; pero, ¡wow! Esta sí que es una belleza de recamara.
Minutos después la misma chica me informa que me solicitan abajo. Y encuentro a todos reunidos hablando en conjunto.
Se callan al verme.
—Princesa —se dirige a mi Renato—. Te esperábamos para decidir qué hacer esta noche.
— ¿Sobre qué?
—Hay que festejar —me explica Inés—. Su llegada y lo que conlleva, por ello estamos decidiendo a donde ir.
—Oh, a mi me apetece dormir.
Cuatro de cinco personas me abuchean.
—No seas aburrida —Gerardo me sonríe de forma socarrona y elevo una ceja hacia él—. ¿Qué tal baile y cocteles?
—Mis piernas están acalambradas y no me gustan los cocteles.
Mentira, me encantan los cocteles y bailar suena estupendo. Solo que sería perfecto si en el plan no estuvieran el trío maravilla y el mafioso de porquería.
—Ella bromea —se entromete Máximo—. Pero entre club nocturno y bar de strippers, sabemos que decidiré.
—Vas a elegir a strippers porque te encanta ver culos —responde Inés, rodando sus ojos—. Yo no me anoto a eso.
—Entonces princesa tú tienes la última palabra.
Y quiero decir: jodanse que me iré a dormir ¡pero!, sabemos que eso no se puede. Así que...
—Necesito un vestido y tacones para ir a ese club.
Inés festeja y Máximo abuchea. Y es que, ¿quién quiere ver tipas moviendo el trasero y enseñando las tetas?, porque yo no.
ESTÁS LEYENDO
Derecho a sanar ©
Bí ẩn / Giật gân«El brillo puede apagarse, la esperanza y la fe pueden acabarse, y aún así el espíritu y el alma se unen aferrándose a la vida, rugiendo con ferocidad para no quebrantarse, luchando con monstruos internos que a simple vista no se ven, sobreviviendo...